jueves, 28 de enero de 2010

Mi atril




En fin, le puse trabas al embrollo. Hoy anduve de recorrida por la Gran Ciudad. Le aposté mi voz a unas imágenes y me sentí bien. Ahora, frente a mi computadora, dejé de lado los arpegios de mi guitarra que siguen sonando un poco lejos. Quisiera concentrarme un poco más en la práctica pero suelen dolerme un poco los dedos, así me situé un rato a escribir esto que hoy se convierte en renglones. Fue sofocante estar dentro de un cubículo pequeño leyendo grandes líneas que me propuso el Bamba, peor fue el susto que me llevé cuando salimos y no estaba mi auto. Es la primera vez que me pasa, se lo había llevado la grúa. Del estudio caminamos más o menos unas diez cuadras por San Telmo (diez que parecieron treinta con el infierno que era la ciudad). Lo recogimos, pagamos 190 pesos y nos fuimos a comer algo. Para esto eran las seis y pico de la tarde, agarramos por Cerrito hasta Córdoba y de allí a un sitio de comidas rápidas. Entre charla y charla nos pusimos a escuchar lo que habíamos grabado unas horas antes. En la mini compu sonaba mi voz y la de él. Yo tengo un tono más agudo, lo que le da un toque de nostalgia al asunto, en cambio el Bamba tiene la voz más alegre, aunque por estos días no se le da por el regocijo. Cosas de amores que no están y todo eso que nos pasa a todos los humanos que movemos sentimientos. Terminamos de comer, a él lo dejé en su departamento de Charcas y yo me volví al pueblo. Tardé unos 50 minutos, la verdad es que me gusta pisar un poco el acelerador pero estaba ansioso por llegar a casa.

Llegué, me pegué un baño veloz y me senté, con mi guitarra, delante de él. Estaba sin armar todavía pero lucía precioso. Justamente lucía. Entonces lo armé. Lo miré y lo toqué despacio. Ni un soplo sonaba. Puse mis apuntes encima y le de rienda a los primeros acordes. Sol, Mi menor, Re. Parece fácil pero arpegiando los dedos se te vuelven hilos. Sonrojado seguí tocando un poco. En ese momento, me estremeció una sonrisa. La llamé para agradecerle, no tenía ni idea de lo feliz que me había hecho. Ayer me regaló un atril, que ahora dejé atrás un rato para contar lo que siento.