miércoles, 14 de noviembre de 2012

Lunes



Me ha costado mucho levantarme hoy. El fin de semana ha sido furioso. Mi cuerpo pide un descanso a los vicios. Despacio, trato de prepararme para abrir mis ojos. Me duele la cabeza. Me siento lunes definitivamente. Vuelvo a pensar en ella. Hace algunos meses que ya no estamos juntos pero de vez en cuando me asoman las ganas de llamarla. Quizás por eso me duela un poco el bocho también. Tengo la mente cansada de tanto pensar. Recuerdo los días en que nos juntaba el sexo pero en este momento necesito amor. All you need is love ¿o no?
Voy al baño y es un despelote. Esta semana no vino la señora que ordena en casa y yo soy un total inepto en cuestiones de limpieza hogareña. Me la rebusco con la escoba pero para lo demás soy un magnifico desastre. Dejé la ropa tirada, es un quilombo entero. Ni Julio César en Roma hizo tanto despiole. Pero ya se arreglará. Hoy la llamo a Mary, que se deje de joder y venga a limpiar mi casa. Que me ayude, por Dios.
Me baño, me seco, me cambio. Otro día laboral va a empezar. Luis Alberto ya no está entre nosotros, me invade la tristeza. Subo al auto, espero un poco porque hace un frío de puta madre y el auto está helado. Sí. Porque así están los días, de calor, de frío, de calor, y yo con mi asma. Enciendo el stereo, suena un tema de Joy Division que me saca una sonrisa en este paranoico día. Mirando el retrovisor me doy cuenta que mis dientes chillan. Mis manos sudan en el volante. Bajo una nube se está escribiendo una melodía que penetra de lleno en mi imaginación. No dejo de ser yo, me siento inseguro, con ganas hambrientas de seguir viviendo. Llego al laburo con cara de pocos amigos. Como siempre saludo uno por uno a los que están en la oficina. Un total de diez.
Pienso en las próximas ocho horas con la rutina del laburo administrativo, trato de calmar mi ansiedad con unos mates dulces. Voy calmándome de a poco.
Pasa el tiempo, solo pasa. Miro el cielo, allá a lo lejos, a los que ya no están. Saludo, guiño y me sonrío. Transpiro mucho, debo estar con fiebre. El lunes está pegando con todo. Pasa el tiempo, otra vez. Me mudo hasta encontrarme con Artaud, no lo entiendo a veces. Me irrita no comprenderlo por momentos, me duele, me lastima. Vuelo, pienso. A Roma, a Roma. Mis deseos de anarquista y vuelvo. Entro en el laberinto del miedo y no sé como salir. Me voy de la oficina. Cansado ya. Me acuesto en la cama desordenada, desorbitada. No encuentro lo que busco. Dejó que Miles Davis haga lo suyo en mi consola, de lejos se lo oye cálido. Mañana, supongo, será martes.

lunes, 5 de marzo de 2012

Un cuento de invierno





Ayer tuve un sueño. Ahí me preguntaba, mirando el alba, si habría un cielo para cada uno de nosotros. La respuesta era confusa, quizás porque yo me confesaba en un lenguaje un tanto difuso. No tenía el pelo largo en el reflejo del sol, tampoco sabía distinguir los colores, lo noté cuando me vi poniendo una cara extraña, un gesto que nunca antes había conjeturado. Aquel que se movía rápidamente, ese yo superpuesto entre la llanura del día saliente y la noche avergonzada, no era el mismo que de este otro lado figuraba una tristeza infinita. Me hallé desperdigado, intentando arrancarle un desmán a mi alegría desecha, esa que tanto me acompañó y que hoy se encontraba soslayada en escombros de un edificio mal construido. Pero los desamores son así. Un tanto de rabia, otro tanto de dolor. La cosa se pone más fea cuando la culpa es tuya, me dijo mi yo que amanecía frente a mí. No es de nadie, solo tuya. Tu apariencia de clown no te ayudará a escapar de este río de sangre que empapa tus manos, no te librará de la culpa que carcome tu cerebro. Nada de eso ocurrirá, me citó ofendido. Ese yerro que has dejado como marca seguirá hundido en tu pecho y cargarás con esa cruz por siempre, por siempre, por siempre, agitó mi yo remarcando los últimos dos por siempre.

¿Es que así se traslada la vida? ¿Será por eso que la felicidad es un arma caliente? ¿Es que acaso nacemos condenados por el destino? ¿No ves que ya no puedo elegir?

De niño siempre soporté el hecho de que la muerte me haga sentir el suficiente temor como para ser un tanto despistado. De tanto escaparle traté de seguirle el juego por un tiempo. Varias veces la esquivé, varias otras la salté cuando tiraba manotazos para tratar de alcanzarme, pero ya me cansé de correr. El show no debe continuar así, tengo alas amigos míos y puedo volar. Este verde bosque me llama, el azul del lago me pide que lave mi rostro en él, mi yo en la aurora me agita sus brazos para que me acurruque en ellos; estarán Lennon y Hendrix allí, podré resaltar la figura sureña de la bella mujer que me acompañará hasta la pulcra entrada, habrá allí un piano blanco de cola, podré estrangular todas aquellas pesadillas que nublaron mis ojos en los tiempos difíciles.

Ay, como extraño los días en la tierra. Allá me gustaba ser uno más, todo esto aquí abajo me asusta más de lo que pensé, me llaman Belcebú, me guía un seño fruncido, me tuercen los brazos cada vez que bostezo, me abren la garganta cada vez que escupo, tengo espinazos por todo el cuerpo y arde bastante. Es raro ver mi piel rojiza como el atardecer, aquí el día no se aparece, mi cama es una caldera, por este lado hay gente que no parece feliz, las cadenas en mi cuello me ahogan de manera indescriptible, la fugaz aventura que parecía en un principio hoy se vuelve vuelo eterno. Seguiré descalzo por estas praderas de fuego, mis quemaduras yacen insoportables y los gritos en mi cabeza se vuelven llantos de angustia que jamás podré calmar.

lunes, 27 de febrero de 2012

Bela Lugosi


Llueve y la noche se vuelve tenebrosa. Asuntos pendientes van y vienen dentro de mi cabeza, se van guardando y procesando de manera dolorosa dentro del hemisferio izquierdo de mi cerebro. Los últimos días pasados han sido, particularmente, muy espinosos. Hay ciertas dicotomías que la razón no logra descifrar; a saber: - la memoria me resulta complicada, como Luis dijo alguna vez, y me cuesta acordarme de la última vez que le quebré el corazón a una chica. Pues bien, ayer nomás lo hice, sin siquiera darme cuenta

Segundo, muy poco antes supe insistir al amor que llevo conmigo dentro que me dejara librarme de esta opresión y le confesé mi debilidad ante la esquiva mirada de sus ojos claros. Error grave cometí al hacerlo ya que fue en vano tratar de conseguir algún tipo de respuesta, de todas formas creo que ayudé a organizar las fichas de su mente.

Por último, existe la posibilidad de que haya creado un castillo en aquel vientre que hoy me condena con palabras que no conocía hasta que ella me habló directamente sin tratar de escucharme.

Elevado esto al subconsciente, el veredicto del destino hace que yo me encuentre en una situación un tanto incomoda por estos días. Quizás fue por intentar revelarme ante los desechos en los que el mundo (mi mundo) se encuentra. Yo soy mi propia creación, he transformado mi propio ser, he sido mi verdugo y hoy lamento no poder tener los suficientes cojones como para repararlo. Me ha costado mucho dejar caer mis lágrimas, traté de forzarlas creyendo que mi cuerpo se inundaba por dentro, puse gotas en mis ojos pero nada parecía importarles a mis pupilas rencorosas. Ya cansado de insistir, me tiré en mi cama a ver una película vieja de Burton. No es muy recomendable Burton cuando es de noche y llueve mucho porque quizás no te dejen dormir del todo bien pero lo importante fue que, finalmente, pude corromper la esgrima de mis ojos. Ya vencido por las situaciones dejé que mi corazón palpe la emoción que genera ver un largometraje en compañía de mi eterna soledad y fue allí entonces donde mi llanto quebró en expresión de furia y desamor. Fue allí, en la escena de Ed Wood cuando muere Bela Lugosi donde lloré, donde recordé todo lo que me estaba pasando, donde me arrepentí de haberle roto el corazón a aquella chica, donde me entristecí por el amor que nunca iba a tener, donde pensé que quizás aquel castillo sería mío... y no de otro.

martes, 15 de noviembre de 2011

Se rie de las pastillas


Basado en una canción de Palo Pandolfo.


Romina soltaba la carcajada a más no poder. Le gustaba agarrarse las entrañas y retorcerse en su risa. Su habitación jugaba de testigo indiferente. Odiaba mucho. Rabiosa como pocas pero igual se reía. Y no había con que darle porque curtida estaba por todo el barrio pero ella no arriesgaba el mazo y se iba en medio de las contiendas, sabiendo que los lobos quedarían con hambre. Su sangre le corría por los brazos y dejaba que la lamieran por todo el cuerpo, las hojas de viejos escritos yanquis corrían desesperados buscando refugio en los recovecos de la antigua morada en Belgrano. Y de fondo se escuchaban los Visitantes, y ella sola bailaba, y se enroscaba en su comedia mientras actuaba frente al espejo.

Tomaba anfetas para mejorar su estadía o solo para que la merca no esté solitaria, eso estaba dentro suyo, porque todavía no había nacido el orgasmo que la haga sentir mejor que un tiro de jueves a la madrugada, porque todavía tampoco había crecido una flor más fuerte que la que ella cosechaba, porque nadie aún la había tocado como ella hubiese querido. Y levitaba y se ponía su auricular rencoroso que le susurraba melodías desprolijas de Luca, y se divorciaba de la sociedad, como se divorciaron sus padres cuando ella era chica, y eso no lo entendió jamás, porque su padre se fue con otra mujer que no era su mamá, y su mamá se tomo dos frascos de pastas y la quedó ahí nomás, en el baño de su casa se mató, y Romina nunca supo despejar esos rulos de la cabeza, y no quería que nadie se lo explique, porque no había nadie.
Ya en su tumba se vio más tarde, con su remera de Janis, en un cajón con flores adornado, con humo entre los presentes, con una guitarra tras la imagen del sepulturero, y allá recibida por Cancerbero, enloqueciendo al mismo Satán, dejando que la pinche por un rato hasta que su sangre dejara la marca del deseo de los demás por su cuerpo, por sus adicciones, por sus aires de actriz, por sus pósters de Marilyn, por sus botellas de vino a la mitad, por su cuerpo, por su infinita triste sonrisa.

lunes, 12 de septiembre de 2011

A ti, Julio





Una plebeya se acerca y pregunta:

¿Alguien más desea tomar el timón?

Nadie contesta, todos miran. El póker en la mesa yace sin sentido, otro puro ingenioso se mete en mi camisa, luego la plebeya sonríe y me acerca un trago. Ya no deseo tanto conservarme en pie, quisiera hundir mis ojos en la almohada, quisiera entrar en aquel cuarto junto a mi desdicha.

El alto conserje se mueve de un costado al otro sin dejar rastro de su ceguera, la propina no le alcanza, su respiración es inconstante pero su labio no cesa al cansancio. Hay un hipo recurrente que no me deja escuchar al trompetista, hay otro suspiro que me llega desde París, hay otro payaso que se ríe en su tristeza, se moja sus pies con las lágrimas ajenas, mueve su peluca y le hace burla al conserje. La plebeya me mira suspicaz, yo la lloro y le hablo un no se qué, le cuento la mesura, le suspiro al oído, le suplico que me olvide. No me habla, me mira y me hace un ademán. Allá, por lo bajo, el conserje pierde una apuesta con el payaso.

En al aire ya no hay esperanza, ni famas, ni cronopios, cronopios, cronopios.

La autopista va desviando la atención de los presentes. Se juntan el toro, la Maga, los premios, la bestia y Verne. Todos ellos mirando a la plebeya, yo junto monedas para el whisky, de arriba un Dios me guiña el ojo, mientras Lucifer junta los dados.

Es de noche y hace frío en la oscura Buenos Aires. Algún taxi sentirá el aroma de un perdedor, algún hotel dejará que yo descanse intranquilo, algún libro me verá caer rendido. El cotejo no se hace esperar, otra vida tirada al suelo. Sobre el cemento estoy, allí me encuentro.

martes, 16 de agosto de 2011

Nueve de abril



La luna de las noches no es la luna que vio el primer Adán.
Borges
Y así entraba en cada lugar, con el viento a cuestas y el cabello encabronado saltando de furia por encima de su frente. La cicatriz que le rozaba el pecho por debajo de su cuello la hacía ver aún más inocente, más preciosa que de costumbre. Los viejos tiempos ya no volverían a entrometerse en su mente, había forjado un encuentro con su última pesadilla, obligó en sueños a los malditos que no la molestarán más, trató de refugiarse en sus bufandas más abrigadas, en sus noches de insomnio de largos capuchinos, de verticales Walker, de bocanadas profundas, de rayos de sol en la cara por la mañana, de camisetas transpiradas.
Aquel día en donde la noche no terminaba de caer y la luna cedía con un poco de luz todavía, Lisa salió de su casa a patear un poco el aburrimiento. El viejo San Telmo tenía cobijas de sobra en todas sus cuadras. Las esquinas miraban como ella pasaba indiferente, no le agradaba la arquitectura sino más bien el olor del barrio. Ella decía que no había olor más rico que el de aquel añejo arrabal. Y así tan loca, tan desafiante, empujando con su nariz los huracanes más violentos, hundiendo en el plato toda su risa para atomizar los dolores de cabeza, y otra vez al futón. De espaldas a la tristeza, abrazando el calor de las antiguas estufas, adorando cada línea de Twain, lagrimeando afiches de Allen, derribando puertas con su enojo, dejando amores hundidos en el subsuelo de los bares. Por ahora, bien cumplidos tenía los veinticinco. Los llevaba consigo a todos lados.A mí en cambio todo me parece oscuro, la memoria me empieza a fallar, qué daría yo por recordar aquellos momentos. Si se me apareciese otra vez la imagen del flamenco herido, si la ciénaga me permitiera acomodarle el brillo opaco, si la ceguera me dejara ver a través del mar de los celos, si mi cuerpo se volviese transparente, si mis ansias pasaran solo una noche más por Lavalle, si el viejo San Telmo me sonriera otra vez como cuando pasaba en las noches de caminata, si pudiese tocar aquella cicatriz otra vez, que ahora ya no la recuerdo, pero la imagino, quisiera poder levantarme de esta tumba, de la tierra que me quita el aire, del nicho que me cobija hoy, todo eso yo más quisiera.

lunes, 21 de febrero de 2011

Serás cortado en pedacitos.


Ismael no sabía como decirle en ese momento a su padre que se iría lejos. Después de la muerte de su hermana la casa se había puesto desolada. Ya entrada en la soledad, Jazmín se quitó la vida en el baño de su habitación, abriéndose las venas con un largo camino cortante. Ismael lo sintió como un puñal en el pecho, su padre lamentó más la posterior muerte de su madre que no soportó el desasosiego de perder a su bella niña. La rapidez de las situaciones no dejó que los sentimientos se atrincheraran. En aquella época, de letargos momentos y cigarrillos mojados, las siluetas de las lágrimas esgrimían un encanto superior al del abrazo, allí las personas se refugiaban en un helecho de rosas e intentaban cobijar el dolor de las brumas cerca de su casa, las soledades más continuas eran aquellas de los solteros y solteras que no podían sentir el yermo, cuando les daba la eterna alegría de apreciarse con alguien allí, de repente se escaparían como sal en el agua de río. No en vano, la sangre de Jazmín corrió en la bañera, su nomenclatura no dejaría que lleve el peso de la derrota, no así, siendo aún la más pequeña, el llanto no pudo ser suficiente, entonces su alma quiso más, se la entregaría a los ángeles para que se apiaden de ella, allí donde ya no es posible regresar a la Tierra, allí donde ya no se sufre, donde la sangre se convierte en vino y el dolor es solo una palabra. La noche en que Jazmín se mató había escrito varias cosas, algunas bellas otras no tanto, porque andaba muy triste y encabronada con la situación. Meditó durante varias horas su decisión, aumentando así su calibre emocional. Juró, antes de partir, que su secreto sería llevado a la tumba, y así lo hizo.

domingo, 14 de noviembre de 2010

El mar de Maribel



I


Alojada sobre la arena le resultaba un poco difícil no sentirse un tanto mareada. Trataba de pensar un poco menos, de satisfacerse sola por un momento, de girar su cabeza sobre sí, de parlar de a ratos con la biósfera. Su envoltura era de una gran beldad pero no se confiaba de su ser, no proponía seguridad en sus pasos y se dilataban sus pupilas con eterna facilidad. Desde hace un tiempo se le ha puesto brava la cosa, de caminatas solitarias por las noches, de drogas duras por el día. ¿Quién le dirá no a Zeus? Ella se atrevería, no sabría si en ese momento, pero allí en la arena empezaba a traficar sueños. Esos sueños que la agasajaban con dulzura, a veces convertidos en pesadillas, en enteras alucinaciones de un altar de rosas. Y en el presente se diluía en gotas de mar, en lágrimas que quemaban la playa, en una blanca promesa por dentro de sus narices, en jeringas resolutas de un placer momentáneo. Era una de esas chicas a la que le costaba centrarse en un solo camino, el de amar y dejarse amar. Las flores que ha puesto en su destino no tenían el cantar de la jungla, sus devotos ya no la pronunciaban como la bella que algún día supo ser. Ahora estaba en veremos la continuación de su periplo, de su encanto borracho, de sus agónicas conquistas. Pero quién le quitaba lo bailado, lo trasnochado, las pequeñas delicias de su angosta vida, aquella de boliches secos, de bares muertos, de amigos que ya no están. Y caminar solo por utopía, de saber que nunca logrará su cometido, su destino marcado le fastidiaba al contarlo, al no hacerse cargo de sus naipes, de sus contiendas y sus fracasos. Maribel juntaba sus cosas y las ponía dentro de su bolso, ese que estaba lleno de cosas insignificantes pero traía consigo también algunos libros, algunos cassettes de su juventud. Y así le pintaba la vida, sola siempre junto al mar. Allá por Barcelona. Estando lejos de su adolescencia prefirió hundir sus votos en la Europa alejada. Pero por entonces había llegado el momento en que lo iba a hacer. Tanto tiempo meditando para llegar a su fin. Porque el destino estaba marcado por ella. No por Dios. Ella solía bromear todo el tiempo. Nosotros pensamos que era juego cuando nos dijo que se iba a España.

-Me voy a la mierda, me dijo un día.

-La mierda está por todos lados, le dije.

-Ya lo sé, pero me voy a Europa.

-¿A qué?

-A estar sola. Aquí no me siento bien. No consigo lidiar con todo lo que me rodea. Estoy enamorada de vos pero aterrada de la vida. Quisiera poder ser más clara pero no puedo. Te pido que me entiendas.

-No puedo entenderte. Quiero ir con vos pero mis humos no me dejarían. Además, la odisea no es para mí. No tengo tanta sed de mar. Quedate acá por favor.

-Ya lo decidí, me voy en una semana.

-…..

-Lo sé. Es muy pronto, te pido que me ames en tu recuerdo, muy pronto nos volveremos a juntar, te lo prometo.

Entonces ella se fue. Y ahora allí. Lo volvió a pensar. Uno y mil puchos más. Y por fin lo decidió.

Se sacó la ropa. Era de madrugada. Apagó su último cigarro sobre la arena. Se puso un poco nerviosa, soltó su larga cabellera y respiró profundamente. Allí se adelantó unos pasos, miró al cielo y le hizo un gesto de cariño a la luna triste. El agua ya le tocaba los tobillos, se agachó y se mojó la cara, tuvo sexo con el mar por un minuto, ya estaba humedecida por la natura del aire. Enfrentó la densidad de la tempestad y se abrazó con Poseidón. Ahora dejaba de respirar. Su alma estaba en otro lugar, su cuerpo inmueble. De pasada juntó unos versos de Alfonsina. Su destino ya estaba marcado.

II
La voluntad de quien vive sin ritmo su vida es dependiente de otro. No se mueve por sí mismo sino que la masa cósmica lo va trasladando de un lugar a otro para depositarlo, a veces, en lugares en los que no ha deseado estar. Entonces, ante la aventura de presenciar lo desconocido, el ser va mutando de formas hasta adaptarse a lo necesario, a lo que ya tiene dominado, a lo que le gusta, a lo que lo mantiene con vida dentro de su alma. Todo aquello que comienza con buenaventura tiende a terminar mal, según mi punto de vista. La lucha constante es lo que nos moviliza a seguir. Cuando el mar está calmo sabemos que no corremos peligro, salvo que nos metamos un poco más en lo profundo. Pero qué es lo que nos asusta. Y bueno, en realidad, es no saber que tan profundo es ese mar, si tenemos los pies en el aire no vamos a poder controlar nuestros movimientos, y allí aparece el miedo. La adrenalina del miedo, aunque no lo deseamos terminamos disfrutando de ese malestar. Dicho esto, desde una mirada sumamente optimista y, a no equivocarse, no es de masoquista sino más bien de encarar lo malo con una luz de esperanza. De contraria manera podríamos caer en la trampa de la tristeza, esa que no nos deja progresar, que nos ata de pies y manos para que no podamos caminar, la mala tristeza.



-¿desde cuándo pensás así vos eh?, me increpó Josefina.

-que sé yo, a uno se le van piantando los sentimientos

- vos estás fumando mucho porro

- sí, pero una cosa no quita la otra. Es decir, vos me podés observar de una manera que a mí no me agrade pero yo tengo que respetar tu postura siempre y cuando me fundamentes ese pensamiento.

- te has vuelto muy racional

- no es eso, es que simplemente estoy un poco cansado de las palabras soltadas al aire. Lo que pasa que hablar no sale plata, entonces todos tienen el derecho de opinar sobre cualquier cosa, ojo, eso no está mal, pero te vuelvo a decir que no es bueno que se ensucié a alguien o a algo así porque sí.

- estoy de acuerdo con vos, pero todo el tema de la tristeza positiva… ¿qué mierda es eso? La tristeza es eso y nada más, punto. Estás mal, hecho pedazos y que le ves de bueno a eso.

-lo que pasa es que lo veo como algo necesario. Es un episodio más en la vida de una persona. Forma parte de la experiencia, para que no te agarre desprevenido, de tener las fuerzas para seguir. Creo que es necesaria, como ya te dije. Desde ese punto lo veo positivo, hace un tiempo que decidí encarar las cosas de ese modo.

-ok, ¿traigo otra cerveza?

-sí, después nos podríamos encamar.

-¿trajiste forros?

-no

-entonces jodete porque ni en pedo.

- vos también.

Ahí nomás nos quedamos mutilando un par de discos en la antigua caja musical de mi abuela. Siguiendo el debate por el lado de la muerte.

III
Europa le sentaba bien a Maribel. Caminaba todo el tiempo por el centro de la Barcelona turística en verano, paseaba extrañando el ocio de sus días en el departamento de Balvanera. Ella pensaba que el café era más rico acá en Argentina, cerca del río. En aquellos tiempos había descubierto su pasión por la fotografía y por la literatura. Esa de lectora inalcanzable y de poeta frustrada, su traje olía a perfume caro, siempre en plan hippie moderna, trataba de analizar la mente de las personas contrarrestándolas con la de los animales. Las discusiones salían a cada rato.



- los animales pueden pensar, de hecho lo hacen y muy bien, pero no tienen la capacidad de expresarlo.

- Dejate de joder, los animales se mueven por intuición, tienen ese instinto que les permite sobrevivir dentro de algún hábitat, pero fuera de él se mueren.

- No es así, hay animales que viven en cualquier lugar

- ¿Un oso puede vivir dentro del agua? No, lo mismo pasa con un tiburón en la tierra

- Si, pero el humano tampoco puede vivir en el agua

- Ya lo sé, vos sos la que plantea cosas raras. Igual te fuiste de tema porque hablábamos de que si pueden pensar o no.

- sí, fijate que pasa por la atención que él animal desarrolla. Por ejemplo, si una rata, viviendo con otras, observa que algo que comió otra rata le cayó mal, no va a ir a comer lo mismo. Y eso por qué, pues, muy bien, porque desarrolla un pensamiento, no va a caer en lo mismo. Y es allí en donde somos iguales. La experiencia nos va formando tanto a nosotros como a los animales. Entonces todos los seres vivos debemos pasar por todas las experiencias posibles para no caer en el mismo error, comprendés

- sí, puede ser pero me parece una huevada eso de comparar a los animales con los humanos.

- tenés miedo de que te deje por un perrito

- bueh….



Maribel jugaba a ser una chica a la que no le importaba la relación formal con alguien. Ella aseguraba que su libertad no tenía límites, hacía lo que quería con su mente y su cuerpo, y que así lograría el equilibrio espiritual que ansiaba hace rato. A mí me parecía una estupidez pero no tenía mayores problemas con eso. Las cosas andaban bien, de vez en cuando el hechizo se apagaba y no nos veíamos por unos días. Yo me curtía a otras y ella salía con otros, pero cuando hacíamos el amor era porque estábamos juntos, para los demás era solo un polvo. Las fotografías que ella sacaba de los paisajes que recorría las pegaba todas en su armario grande. Se quedaba por horas observándolas porque ese momento era único para ella, cada vez que miraba una imagen se trasladaba al momento justo en que apretaba el gatillo mágico. Entonces, para ella, era como hacer una especie de catarsis de lugares. No quería estar solamente en un lugar sino que deseaba, de un solo aventón, poder recorrer todos los terrenos a la vez, a través de sus fotos. Esas imágenes que la mantenían viva, que la hacían sentir más fuerte ante tanta injusticia que para ella era la vida. Le costaba tener que respirar siempre, en toda hora. La rutina la había puesto en una situación incómoda. Hubo un tiempo en el que Maribel se quejaba de todo, de los amigos, del gobierno, del supermercado, de las drogas, de los vinilos, de todo.



- pasame a buscar en una hora

Fuimos caminando a Plaza Francia. Llevábamos una linda tela, una especie de alfombra, que la depositábamos sobre el verde del césped de la plaza. Cargábamos de agua y furia un termo para el mate, también alguna que otra flor para convertirla en humo. Ese humo que por un instante te hace olvidar lo amargo que suele ser el aire a veces. De esta forma, hasta la nariz disfruta de ese dulce aroma que nos dan las bocanadas de la naturaleza.



- Empecé a leer un libro sumamente raro. La conjura de los necios se llama.

- Toole

- ¿lo conocés?

- sí, el loco se mató antes de que le publiquen la novela porque pensaba que iba a ser un fracasado y después la mamá lo pudo editar y ganó un montón de premios.

-pobre tipo

- sí

- sabés que no encuentro el disco de Miles Davis en vivo en San Francisco

- lo tengo yo.

- sos un tonto, nunca me dijiste.

- pero me lo diste hace unos días nomás, mañana te lo doy

- más te vale, sino te voy a dar un par de piñas para que aprendas.

- que carácter. Te lo devuelvo mañana no te preocupes.

-¿le pongo azúcar?

- que pregunta estúpida… hace cuánto que nos conocemos, sabés que le pongo azúcar a todo. No me pasa el mate amargo.

- ahora sos vos el que te enojas

- no me gusta contestar pavadas.



Así podíamos pasar horas y horas, ese era el modo en que nos amábamos. Y estaba todo bien. Su atrincherada silueta me volvía, especialmente, un tonto. En realidad, la primera vez que la vi, quise que fuese mía solo para revolcarme en su cama. Más tarde supe que me había enamorado de toda su persona. Creo, más que nada, que me enamoré de su locura, de nuestras conversaciones inconclusas, de nuestros puchos compartidos, de nuestras lecturas nocturnas, de nuestra rebeldía inconsciente de dos jóvenes que no queríamos atarnos a nada.

El eterno vuelo de las golondrinas, cerca del atardecer, me hace pensar en tantas tardes armoniosas en la que uno disfruta la soledad. Aquellas son inalcanzables, como un solo de guitarra de May, como Rayuela, como Maribel. Ya no me urge la memoria para recordar todas las veces que mis brazos la abrazaron cuando ella lloraba. Sin embrago, padecía de una sonrisa inimaginable a estas alturas. Creo que, finalmente, ella no se sintió nunca libre.

martes, 9 de noviembre de 2010

Distintos pensamientos acerca de la muerte


Es extraño el sentimiento que tengo cuando me toca encarar el tema de la muerte. Esa cosa que a veces sentimos como la desdicha del ser humano, eso que nos hace sentir mal cuando dormimos, cuando soñamos pesadillas, cuando nos caemos de la cama, cuando escribimos cosas oscuras, cuando sentimos que el amor se aleja, es decir, cuando vemos que la parca anda rondando cerca. Nos pone mal, realmente muy mal. Podemos ver que nos trae muchas dudas el tema de la muerte, a veces, solemos preguntarnos cómo será, cuándo vendrá, si al morir iremos al cielo, al infierno, o a algún otro lugar en el Cosmos. Cuando la muerte pasa por al lado nuestro nos asusta, cuando vemos caer a nuestros abuelos, a nuestros viejos, a nuestros amigos, a nuestros compañeros, dejamos entrever una sensación de malestar; de enojo con esta vida porque sabemos que al final del camino está la muerte, esperando ansiosa para llevarnos a lo desconocido. A veces (y esta es una consideración personal) se me da la tierna semblanza de pensar que cuando yo me muera me juntaré con todos aquellos que ya no están vivos físicamente y que cuando estaban aquí con nosotros los hemos querido tanto que no soportamos esperar morir para encontrarnos de nuevo. Esa prosa encantadora del dolor aparece con la muerte también. Algunos aseguran, no sé cómo pero lo aseguran, que unos segundos antes de morir se te aparecen en forma de película todas las imágenes de tu vida por delante de tu rostro, como una proyección; algo tremendamente Calderoniano. Eso no lo sabré hasta unos momentos antes de morir, y eso no se lo podré contar a nadie porque ya estaré en otro lugar ¿no?

Existe toda una parafernalia acerca de este tema, tan contradictorio como apasionante también. Lo cierto es que nadie puede saber cuantas verdades o mitos hay acerca de la muerte. Cuando se representa en las historietas o en los rodajes fílmicos, podemos ver que la parca es representada por alguien que está vestido de negro, cual monje Smithiano, que lleva una guadaña en sus manos y que está dispuesto a arrebatarte de este mundo a cualquier precio. Yo, de todas formas, trato de darle una figura más poética al asunto, pienso, dentro de mí, que cuando la muerte se me presente, va a venir encarnada en una guitarra, que el mismo Jimi Hendrix me va a venir a buscar, no sé, cosas de delirio; quizás sea algo más fácil de afrontar si es así. No lo sé.

Quiero decir que la muerte me ha tocado de cerca dos veces en tan solo dos semanas. Y en las dos veces tuve dos sensaciones totalmente diferentes.

La primera fue cuando se murió Néstor Kirchner, que como todo amigo lector sabe fue (y lo seguirá siendo, es en vano el pretérito) el referente político más importante que he tenido (tengo y tendré) en mi corta pero intensa vida. He puesto de manifiesto mis sensaciones ante terrible hecho. Expuse todo mi malestar acerca del deceso de nuestro querido conductor, de nuestro líder. He tratado de encontrar respuestas en todos lados, he puteado a la muerte, a la vida, a todos.

Finalmente, decidí que debía seguir adelante por todo lo que él nos había dejado, por los compañeros, por este proyecto de país tan hermoso que nos legó.

Ahora bien, la muerte otra vez acechó por aquí pero de una manera distinta.

El que dejó de existir fue el Hijo de Re Mil Puta (así con mayúscula) de Massera. Y la verdad, amigos, es que me siento de otra manera. Sé, que no llegó a pagar todos los crímenes que cometió estando vivo el sorete, eso lo tengo claro. No hubo tiempo a pesar de los esfuerzos de este gobierno que trató (y trata) por todos los medios de hacer justicia, como el mismo Néstor lo dijo en la Esma, no con el rencor y el odio, sino con el amor que las Abuelas y las Madres siempre siguieron su lucha, buscando a sus Hijos y a sus Nietos desaparecidos. No hubo tiempo. Es así. Pero estoy tranquilo. Estoy tranquilo porque estés donde estés Hijo de Re Mil Puta; Néstor te va a ir a buscar y te va a ir a re cagar a trompadas forro, en nombre de todos. Y entonces allí, allí va a existir la justicia divina.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Una discusión


Mientras Elena jugaba en la cocina, la tía Marta cocinaba algo que olía muy bien.
De todos los presentes nadie se daba cuenta como hacían los reyes para conservar su corona en la solapa, una mitología rara, de esas que no se encuentran en los libros, sonaba muy ligeramente en mi cabeza. Aquel diálogo con José me había trastornado un poco, yo aseguraba que la historia de la colonización de Colón en su primer viaje a Guanahani fue el hecho genocida más importante de los primeros tiempos mientras que él aseguraba que lo de Cortés en México había sido peor. Yo no estaba empecinado en negar la realidad de los hechos que José me relataba, simplemente pensaba que Colón era un tanto más cruel, lo que no quitaba que el otro (aquel asesino del pueblo maya) fuese un tirano, corrupto, violador y muchas otras cosas más. Creo que ellos dos se hubiesen sentido bien en este instante sabiendo que José y yo estábamos poniéndonos mal porque no nos asentábamos de acuerdo acerca de las barbaridades de estos tipos nefastos. Recurrimos a ciertos libros para repasar los relatos que sin pudor dejaron por escrito los colonizadores. Los dos nos abrazamos con razón.