lunes, 14 de diciembre de 2009

La Vie En Rose




En estos días tristes me desvelo tiernamente, he optado por mi felicidad resignando así mi instinto generoso y caritativo. Asimismo me entrego directamente a otras caricias de pudor sombrío y tentador. He probado miles de cosas antes que todo esto pero nada me ha convencido de lo siguiente, me gusta el silencio que pronuncia tu boca. Es cierto que no has sido muy expresiva pero, tus ojos vidriosos me están pidiendo un gesto de amor urgente, y es verdad que a mi también me urge darte ese mohín de sencillez que me reconcilia con ese ser dulce que tanto proclamas. Casi por casualidad nos cruzamos entre panes y copas suaves, entre alcoholes y placeres redondeamos una actuación casi perfecta. De todas formas, fallé, y me avergüenzo de mi mismo y de todas esas fisuras malignas que me comen por dentro. Quisiera acomodar un poco las ideas en mi cabeza para acelerar los procesos de mi corazón que me hostiga cada vez que pienso en verte, en tocarte, en un montón de etc. más. Ese es el perfume más hermoso que conocí aunque no sea un experto en el tema, a veces ese desvelo que tengo es provocado por el aroma de aquella fragancia. Pero estos días siguen siendo tristes, me siento un infeliz, incapaz de ceder en algo, y por momentos profeso el egoísmo a tal altura que sobrepasa la densidad del cielo. Otra de las verdades supremas que abundan en mi son las escamas de la soledad a la que le temo más que a la muerte, recuerdo a nuestra querida Edith por favor, esa mujer o la tal Alejandrita con sus versos y prosas elegantes en sueños y la pobre se mató por temor a la soledad. LA REALIDAD A VECES LASTIMA, AVECES NOS ALEGRA, OTRA VECES ES LA REALIDAD Y NADA MÁS, EL CIELO CAMBIA PERO SIGUE SIENDO CIELO, NOSOTROS MISMOS CAMBIAMOS PERO SEGUIMOS SIENDO NOSOTROS. Hoy siento que mi aliento rejuvenece y mi falta de oxigeno ya no existe, mi piel; aunque blanca al fin, se torna más morena y llena de vida, mis lágrimas no son de dolor. No me arrepiento de nada, de nada, de nada. Eso es trabajo para mi conciencia, debería ya saberlo yo o corregirlo más tarde, he vuelto a reconocer el olor en los duraznos. Igualmente, hay cierto veneno que recorre mi cuerpo y que me es imposible liberar, es desde aquel día en la bella ruta junto a tu pulcro rostro y tu púber juventud de ángel, propio de las musas que me persiguen desde las olas de un mar profundo, y así eres tú darling, tan generosa y emotiva, como cruel y peligrosa por demás. Siento recorrer las superficies de placer tan agitada como incómodamente, sigo esa luz y vuelvo otra vez a la carga. Ojalá Zeus me convierta en cisne para vivir otra vida distinta junto a ti. Y lo que sigue está por verse, como se ven las páginas de un libro que todavía no se escribió pero está en la mente del autor. Quisiera estar dentro de un cine, quizás sueño ser como TOM Baxter, o mejor ser él mismo. Pero esto no termina y me asusta pensar que no terminará, por que no puedo seguir así, tan lleno de contradicciones hasta la asfixia. La adrenalina abundante de no conocer cómo diablos terminará esto. No sé si quiero que termine, si me pregunto todas las noches esto es porque siento una vergüenza terrible de no poder darte más que lo que te ofrezco. Pero es así, acostumbro a no pecar de solemne mientras tú también te encuentras desierta, con tus mejillas redondas en amor y tu mente reclamando un acercamiento al corazón; vivimos en un tiempo borroso, somos exiliados dentro de una burbuja en el tiempo. Si hay un segundo que dejé de pensar en vos fue cuando pensaba en dejar de pensarte, es extraña esta reacción porque ni siquiera conozco cuál es la tuya, es la de ayer, la de hoy o será la de mañana? De reacciones vivimos también y creamos un ambiente, cualquiera sea la pizca que dejemos, pero aquí también surge la idea de un existencialismo en donde los dioses no existen, simplemente están para inspirarme a escribir o a hacer alguna novedad de novela de amor que surge desde algunos versos profundos. Ni siquiera un viaje en avión o en barco permite alargar la distancia, pero qué es lo que quiero. Envejece conmigo linda, envejece después pero conmigo, ahora enbelecemosnos hasta el hartazgo, miles de pájaros nos miran para aplaudir, miles de estrellas se sirven a tu amor, glorioso pestañar de los soles, o si el poeta se planteara crear una especie de gravedad entre nosotros, tan leve, tan triste; me siento como un cáncer atroz, pero mi cura eterna se ve reflejada en tus ojos negros. Somos ahora los dueños de la luz, maravillosamente alegre se siente el aura, la envidia de la luna nos refleja como sentires de lluvia densa, una especie de magia chasquea nuestras manos y las rodea de brillo, porque así somos, así seremos, nuestros mensajes sobre copos de nieves, mi densidad llega al punto tal de perderte por momentos, mi sudor se convierte en gotero despiadado sin manchar mi ropa pero a la vista de todo aquel que se note sensible al estar. Hoy gozamos de una susceptibilidad admirable por momentos preocupante, pero mira adelante, no ves el camino que queda por recorrer, en resistir estaba pensando por favor. La vida es una sola sin duda. Me dejo llevar otra vez por mis ingratos deseos de buscarte y entonces te persigo demasiado, es que no puedo controlar mis impulsos y caigo nuevamente en la desesperación absurda, esa desesperación que muele a llanto todos los momentos felices de nuestra época de gloria. Sin embargo, veo algo en ti que me confunde y me sumerge en un remolino de arena que empapa mi cara, y no está demás decir algunas palabras de vez en cuando, si tan solo pudiera arrancarte todo lo que llevas adentro, también a mi me serviría de emoción para saciar mi sed psicológica y momentánea. Es que, me quiero dejar llevar por mi sentido irracional pero vuelvo a caer en lo mismo y provoco en ti esa sensación de dejadez adúltera y ruin que me trastorna un poco más al cruzarte. Y no me quieras convencer de que esto no es real, si te estoy acariciando y en mí crece una sensación de alegría que no termina cuando dejamos de vernos sino que perdura hasta volver a encontrarte. La vida arrasa con todo lo que queremos y no nos devuelve ni siquiera el viento de nuestros seres que no están, no sirven los recuerdos, ni buenos ni malos, no sirven porque las cosas ya no están y si no se hacen se pierden pero por lo menos se intenta, y si podemos quebrar el destino y las estructuras formadas, mejor, y si no podemos por lo menos lo intentamos. Se que aquí el imbécil es uno y no todos, pero me niego a barajar de nuevo con el mismo mazo, de nada me sirve encontrar rastros de un pasado que no se palpa más, nunca más aún teniéndolo tan cerca. Noticias tuyas tengo pocas y no se cuanto tiempo pasa para que no te escriba mis llantos de sangre acumulada de tanta bronca conmigo mismo, no me animo a decírtelo es que no ves el amor a tus pies, es que no existe lucha al fin para estos casos, ¿donde ha quedado el poeta revolucionario que me vio nacer cuando nos cruzamos?, ni los bravos napoleones sin batalla me han podido parar en aquel momento insigne. Ahora lo que sigue es otra cosa, tu corazón perdido hace que me arrime más a mi segura fortuna, a mi futuro perfecto en un tiempo pretérito sin condicionales, he jugado el verbo carne y el sustantivo es el amor, con adjetivos que tu misma has puesto para conjugarme la oración, y así va bien la cosa y ahora podemos entendernos, de esta forma el humo entra en foco y vamos arrimando los botes, oigo cantar a la serpiente dormida que hay dentro mío y me dejo llevar por el mar calmo que alguna vez planeamos visitar. Te pido que no me juzgues si mis pasos siguen mi necesidad y es verdad que puede ser que al girar mi cabeza ya no te encuentre pero no puedo con mi genio, esas son mis debilidades hermosas, y es que en tu dolor me reniego y me escondo como el niño que fui alguna vez. Mi tenue locura me avergüenza, mientras tanto reclamo derechos que no me corresponden y me atrevo a pedirte más y más. Si no me escondo en tu piel mis huesos se van a debilitar es que no tengo refugio, comprender la situación ya no es más que una rutina para mí, es un deber que me queda pendiente siempre. Mi pluma se desvela más que yo y es poco probable que nos amemos un poco más que lo que suelen avisarnos los locos del más allá, donde está mi soledad despiadada, rasguñando todo lo que camina me encuentro desahuciado, y esto no puede acabar, no puedo más con mi yo, tu sonrisa junto a mi almohada me hace muecas de dulzura, no la voy a dejar escapar. De pronto, Juan dejó de escribir. En ese momento algo lo alejó de su máquina Olivetti y lo acercó a la cruel realidad, se imaginó un futuro mejor en otro lado de la acera, donde no había lugar para los valientes, se imaginó por un momento no ser tan débil, pero aún así lo era, lo era y él lo sabía, y se rió un poco como sabiendo que eso no podía pasar, que la rutina y lo cotidiano le sentaban mejor, y que el destino de esa carta sería allí, solo dentro de su papel y nada más. Se sintió más infeliz que nunca. En otro lugar, Ninfa se imaginaba cómo sería la vida sin Juan, porque en aquel momento lo sintió muy lejos, aunque vivían a pocas cuadras lo vio marcharse entre la niebla, supo que la vida no era de color rosa sino más bien en tono gris oscuro, y así fue que ella decidió irse lejos, quizás a Europa, no lo sé, tampoco Juan lo supo hasta que volvió. De vuelta en casa se cruzaron otra vez, Ninfa estaba linda como siempre, Juan seguía siendo el mismo loco que no acomodaba sus ideas revolutas del amor. Las hormonas volvieron a encontrarse y se miraron. Se miraron como nunca antes se habían mirado, se abrazaron y se besaron toda la noche, allí cerca de la casa de Babel donde se habían conocido, y se fueron muy lejos, lejos donde habían ido hace tiempo y se estrecharon en caricias y sudores amorosos, allí concretaron e hicieron el amor hasta que el sol develó la adrenalina del escape fugaz. Entonces fue ahí que se sintieron felices por siempre pero no se vieron nunca más, realmente nunca, nunca más…..

jueves, 26 de noviembre de 2009

No me persigas hasta mañana



-->

La satisfacción de mi rostro no es del todo verdadera. Ya me he cansado tanto de simular que lo sigo haciendo, atento a cualquier similitud con la realidad mastico bronca de tanto ceder. Lo que antes era una gracia, ahora es trágico; pasó a tener un color gris opaco nebuloso. No me puedo bancar las situaciones que me vuelven sumamente pudoroso. Emprendí entonces un viaje por el infinito. ¿Qué es el infinito? No lo sé. Por eso intento descubrirlo de alguna manera. Una vez Tango me dijo que me iba a comunicar con el hombre de cristal allí. Un desvío de mi locura me hizo ver que podía ser real, que quizás el hombre de cristal fuese la mujer de mi vida, o un amigo que extiende sus brazos para atajar mi tristeza de vez en cuando, o la mejor música que jamás haya oído.


Pero simulé viajar sin maquillaje esta vez. Supe que el trayecto no iba a ser fácil, cuántas rocas podría haber en el camino, cuántas imágenes se iban a trenzar desmejorando mi calidad intuitiva, cuántos paisajes más iba a desconocer. Son tantas las preguntas que no me sirve mi apunte callejero.


Armé el bolso con un par de cosas interesantes: algunos discos, otros libros, unos cuantos atados de cigarros, alguna botella y otros artefactos. El boleto lo había sacado hace un tiempito, no sé cuanto me salió. Recuerdo el día. Fui hasta la terminal de ómnibus, allí me acerqué hasta la ventanilla donde vendían los pasajes. No había nadie. Traté de meter mi cabeza como espiando dentro de la casucha donde rentan los tickets y deslicé un leve silbido. En el medio del soplo alguien asomaba. Me preguntó: ¿Qué desea? Un pasaje directo al infinito, contesté.


Creo (no me acuerdo, ya lo dije) que me costó unos cien mangos. La fecha de salida era para la semana próxima.


Es cierto, no hay motivo por el que emprendo el viaje. Tal vez lo desconocido sea muy excitante para mi. Ya me ha cansado la rutina de amar tanto a tantas. La soledad, a veces, es mi más útil compañera. Suena todo muy trillado pero es mi verdad, así de simple, aunque Nietzsche se haya preguntado alguna vez si la verdad simple no era una mentira duplicada; tal vez sea cierto, tal vez por eso me vaya hacia el infinito. No puedo soportar el misterio que envuelve tus penas, por eso quiero descubrir lo no conocido en este éxodo. Es eso lo que me excita, tratar de descubrir lo que no existe. Es un mambo importante pero voy a empezar por atar algunos cabos. Así es que frases como: Te amo hasta el infinito o tal vez te ame en el infinito; hayan sido detonadores para este emprendimiento. Entonces, me fui. Después te contaré lo que hay aquí.

martes, 20 de octubre de 2009

Fausto Landeira, testigo de riña




El niño de rasgos aindiados (que quizás fuese su hijo) no le dijo del todo la verdad a Recabarren, el patrón andaba débil de su costado derecho, casi fulminado, por esos tiempos. Puede ser que el chico (y este es un razonamiento personal) se haya vengado con una mentira venial por algún que otro golpe de chirlo que le aplicó en alguna regaña el que quizás fuese su padre. La realidad indicaba que en la pulpería de Recabarren se situaba un moreno, de gran estatura y de rencoroso porte, que aceleraba su mano derecha rasgueando su guitarra, como quien acaricia el pecho de una mujer; y no se encontraba solo en el recinto. Cuando Recabarren le preguntó al niño, con un gesto moribundo, si había alguien en el lugar, éste negó con un ademán, pero como el negro, que era habitué del lugar no contaba, solo restaba indicarle con una seña que del otro lado de la barra me profesaba yo con gran soltura. No tomaba más que una caña envenenada de alcohol y trataba de distraer la vista para no hacerme proclamar acelerado por la realidad. Cuando el infante entreabrió la puerta de la habitación de Recabarren, pude observar que aquel yacía en su cama, tratando de acelerar su costado izquierdo que le daba cierto poder, pero no hacía más que dejar vociferar su extraña desdicha. La guitarra del negro seguía sonando como viento de noche, me llamaba la atención filosamente que el negro no levantara la vista de su instrumento en ningún momento. En ese instante, se me dio la extraña semblanza de pensar que estaría esperando algo, quizás algo que no fuese sorpresivo, tal vez esperaba que el horizonte le devuelva la bravura de hace un tiempo atrás. Mi duda se disipó unos minutos más tarde cuando arribó, casi sin hacerse notar, un forastero de inmensa llanura, cuerpo de trabajador y barba rebelde. El negro no atinó a levantar su mirada. Yo, en contrario, me confesé chismoso. Lo interrogué con la mirada. El forastero me miró y me saludó acariciando su sombrero de terciopelo. Detrás de aquella barba se escondía un rostro resignado y aventurero, su mirada era de mar azul como conociendo ya su destino inmediato. Portaba un aire de haber sufrido el ñudo, que lo volvía pendenciero. En un pasado (creo yo) debe haber sido un paisano decente. Por un segundo me apiadé de su camaleónica apariencia. El forastero se sentó cerca del moreno, pidió lo mismo que yo estaba tomando, allí me recorrió una sensación helada por mi cuerpo, como de malestar momentáneo. El negro seguía rasgueando algunos acordes. Se alejaron un poco de mí, comenzaron a tener un diálogo que no llegué a descifrar. Unos momentos más tarde salieron los dos tras la llanura, el sol caía y la luz de la claridad se apagaba de a poco. En ese instante, me percaté de que la puerta de la habitación del patrón de la pulpería había quedado abierta. Lo observé pero él tenía su mirada puesta en el afuera, donde se situaban el forastero y el negro. Cuando me di vuelta sobre mis espaldas, observé como el negro se abalanzaba sobre el forastero que se desplomaba sin más. Me acerqué hacia la puerta, el negro limpiaba su facón manchado por la sangre. Tanto Recabarren como yo, vimos el fin. El negro traspasó la puerta, entrando con singular ironía. Nos miramos. Se acercó a su guitarra y dijo: - Mi hermano se ha vestido de facón, ya le di rienda suelta a su muerte.

lunes, 19 de octubre de 2009

El intruso



-->

Dejaste entrever una mirada cómplice cuando te dije que me iba. Si desde antes lo sabías porqué me lo ocultaste todo este tiempo.


En el entierro de tía Marta no nos dimos cuenta de la tristeza que nos causó semejante pérdida, quizás éramos tan pequeños que no supimos entender lo que significaba el dolor. Vimos llorar a papá mientras sepultaban el cuerpo de su hermana, observamos a mamá consolándolo desde una ternura inalcanzable, pero nosotros no estábamos compungidos por la muerte sino que nos parecía sumamente extraño ver a papá (aquel hombre de filosos rasgos, duros y fuertes) tan susceptible, tan débil en aquel momento.


En la casa velatoria se nos había acercado Juan, nuestro primo que hacía años no veíamos, creo que lo vimos dos veces, no lo sé. Juan era el hijo de tía Marta, poseía una extraña forma de moverse, rara vez tenía los ojos bien abiertos y llevaba un rosario que le cercaba el cuello, esa noche, mientras velaban a su madre mi hermana se percató de que sus ojos eran azules, realmente azules; como la mar, como el cielo en una tarde furiosa de sol, como tantas otras cosas.


El tío Mario había muerto hace un tiempo y no conocíamos más que unas fotos de él cuando estuvo en alguna guerra de paso por un buque suelto en armas. Decían, nuestros padres, que Juan era muy parecido al tío Mario. Un hombre de extraña elegancia, sin muchas palabras para decir.


Cuando Juan se detuvo frente a nosotros, dejó soltar alguna lágrima pero su boca se retorcía para no emitir sonido alguno, creo que por un instante se me cruzó la idea de abrazarlo pero mi hermana me agarró del hombro y me hizo una seña con la cabeza, lo cual me dio a entender que no debía abrazarlo. Luego entendí que no podía soportar la idea de que envolviera a mi primo y la dejara un par de metros atrás a ella.


Clara no era de las personas que demostraban mucho sus sentimientos, ella lo fijaba todo desde alguna seña o algún gesto que acostumbraba a soltar cuando desbordaba de entusiasmo. Aquellos días se volvieron muy extraños por entonces.


Una vez que tía Marta estuvo unos metros bien debajo de la tierra nosotros pudimos volver a casa que estaba más silenciosa que de costumbre. A mi hermana no le gustó la idea de que Juan viniera a vivir con nosotros. Para ella, él era el intruso; aún más que yo. Recuerdo, frágilmente pero recuerdo, que mamá y papá lo trataron a nuestro primo como un hijo más, eso hizo soltar mucho más la bravura de Clara que se lastimaba las manos para llamar la atención de nuestros antecesores. Yo traté desde el principio que Juan se adaptara a nuestros gustos, a nuestros momentos, pero no lograba enredarlo, cada vez que le sugería algo, él me señalaba la puerta de la habitación de Clara y me hacía un ademán con la cabeza negando toda iniciativa. Cuando llegaba el momento de la cena, nos sentábamos lentamente cada uno en su lugar, Juan había elegido sentarse frente a Clara. Ella, al momento de cenar, arreglaba su cabellera larga cuidadosamente; se hacía una extensa cola como de potrillo, su pelo quedaba tan tirante como la situación. Me acuerdo que a Juan le temblaban las manos cuando intentaba sostener los cubiertos mientras papá le acomodaba la servilleta alrededor de su cuello. Mamá disimulaba su tristeza poniendo una sonrisa falsa en su rostro, papá había vuelto a sus gestos duros y Clara resurgía su mirada perversa tras esa belleza de ninfa que la caracterizaba. Ella vestida de negro, yo de gris y la escena continuaba más oscura sobre la casa.


Me costaba mucho conciliar el sueño por esos tiempos, a Juan también. Él dormía en el mismo cuarto que yo, nos quedábamos horas sentados sobre nuestras camas observándonos. A veces, Juan me hacía callar tapándome la boca, otras se sonreía finamente cuando yo le redactaba alguna que otra poesía de Cervantes. Una situación sospechosa esa de reírse de Cervantes.





Nunca pude imaginarme la situación de reemplazar a mi hermana por otra persona, yo sé que ella en el fondo de su alma era una persona que amaba, que amada tan locamente que podría haber sido un personaje de Shakespeare, pero muchas veces no pude comprenderla, muchas otras no quise. Creo, frágilmente, que mamá y papá la sobreprotegían, que eso se les volvió en contra. Clara estaba sumamente celosa de Juan, no solo de él sino de mí, de mis padres, de la vida. Sus ojos bellos engendraban una gran ceguera en su corazón y sus ideas irresolutas le imposibilitaron disfrutar de su madurez intelectual que por momentos la perturbaba.


Una tarde de lluvia, cuando terminaba de leer unas líneas de Poe vi entrar por la ventana un cuervo de ojos acantilados. Traía las garras ensangrentadas y el pico rojo de locura. Traté de mover la cabeza rápidamente para persuadir la imagen que no parecía real, pero ella no sucumbía. Giré más velozmente hacia atrás y el cuervo seguía allí. Luego de unos minutos de haberme clavado su mirada, se esfumó. Tras él apareció la figura de Clara. Era la primera vez que la veía vestida de blanco, su cabello parecía más negro que de costumbre, su mirada más punzante de lo común. Pensé que quería decirme algo pero no. Me estremeció con sus ojos dorados y por un instante me petrifiqué. Traía consigo la cruz que llevaba Juan en el cuello.

martes, 15 de septiembre de 2009

El misterioso sótano





-->


Hoy me desperté sobresaltado. Frecuentemente, interrumpo el sueño de la misma manera. Se iniciaba otro día más en mi perturbada vida. Me incorporo en la cama, levanto la vista tratando de despejarme, hundo mis manos sobre mi cara y vuelvo a ver el cuarto vacío, sus paredes, sus puertas, su cama; está todo prolijamente pintado de blanco. Salgo del lecho, arrebatado por una profunda tristeza, me miro en el espejo (es el único mueble que hay en el cuarto junto con la cama). Sigo vestido con un pijama viejo de color blanco, mi cara sigue tomando una forma cadavérica, mi pelo canoso y largo se desliza sobre mi cara y ya no parece una cabellera, tiene el aspecto de una telaraña. Creo que nunca me han cambiado de ropa y si me pongo contra la pared fácilmente me confundiría con ella. En el aposento hay una pequeña ventana que el sol esquiva constantemente (otra vez me comienzo a sentir afiebrado pero suelen decirme que en estos casos es normal). Sobre mi cama apoyo lápices y hojas. Allí escribo poemas y canciones de amor. Me gusta escribir e inventar historias. Cuido mucho el espejo porque si se rompiera una maldición caería sobre mí. El ruido me molestaría mucho, además de cuidadoso soy muy temeroso; mi miedo supera las alturas del cielo. Ese cielo que no volveré a ver. Recuerdo (todavía puedo recordar) que solía tirarme en el césped del patio de mi casa, me tiraba y me quedaba por horas mirando el cielo. Me fascinaba observar las nubes, como se transformaban, era asombroso ver las formas que tomaban. A la noche me gustaba dormir al aire libre, me adormecía mirando las estrellas, conversando profundamente con la atmósfera. Me viene a la mente la imagen de mi hermano diciéndome que estaba loco. Pero él se equivocaba, nunca estuve loco, ni lo estoy. El mundo es el que no está cuerdo, las personas están locas. De todas maneras soy yo quien se encuentra en este cuarto, derramando lágrimas de sangre salada; esa misma sangre me trajo hasta aquí. Se me hace imposible no contar mi historia, mis sentimientos, por eso les pido paciencia, presten atención, quiero que mi verdad salga a la luz. Estos hechos son de hace ya cuarenta años.







Era un día normal pero llovía mucho y la tormenta no cesaba, entonces tenía que dormir dentro de la casa. La vivienda la construyó el abuelo de mi padre y se fue pasando de generación en generación, por tradición seguramente iba a estar en mis manos en poco tiempo. La casa tenía dos pisos y poseía una fachada muy antigua. Lo que a mí siempre me llamó la atención eran unos cuadros del S.VII que pertenecieron a los antepasados familiares. A mi me asustaban mucho pero mi mamá no los podía sacar porque eran recuerdos que tenía mi padre. Estas pinturas le daban un aspecto tenebroso al lugar. Además quedaban horribles allí colgadas. Por esta razón ese lugar de la casa era muy poco frecuentado. En la parte trasera de la mansión había un hermoso parque, en donde caía rendido en el césped a dormitar diariamente. Estaba enamorado del cielo y miraba las estrellas hasta dormirme profundamente. Mis sueños más recurrentes se situaban allí, sobre el aire rodeado de estrellas. La alcoba de mis padres estaba abajo, la de mi hermano y la mía se encontraban en el piso más alto. La casa tenía un subsuelo, una especie de sótano, y teníamos prohibida la entrada; allí no se podía ir por ningún motivo. Esta privación me quitaba muchas veces el sueño. Un cuarto misterioso dentro de mi propia casa era algo muy extraño y sin duda merecía acaparar toda mi atención. Mi intriga se acrecentaba, mi pasión era examinar novelas y cuentos policiales, misterios por resolver, y cada vez que leía mis ansias crecían aún más, pero jamás desobedecí las órdenes de mi padre, nunca podría bajar al piso más bajo de la casa. “Nunca” es una expresión metafórica, porque en ese instante no tuve mas remedio, me moriría de intriga (sé que no es una enfermedad pero igualmente acabaría con mi vida).







Me encontraba en mi habitación, no era de rezumar demasiado pero por esas horas mi cuerpo no paraba de sudar. En treinta minutos me duché dos o tres veces (mi memoria comienza a fallar). Las sensaciones más extrañas pasaban dentro de mí. Por primera vez tenía que desobedecer la orden de mi padre.







Mi papá siempre fue un hombre estricto y misterioso. Constantemente daba cuenta de su masculinidad. Le encantaba fumar su pipa, leer el periódico mientras el humo del tabaco se perdía en sus extraños bigotes. Cada vez que sentía ese espantoso olor a cigarro, sabía que él divagaba por el lugar. El viejo tenía todo controlado en la casa. Era militar y se vio obligado a retirarse cuando una bala le perforó una vena en la pierna derecha que lo dejó cojo por el resto de su vida. Se casó con mi madre antes que yo naciera, unos años atrás. Mi madre era una campesina obsesionada por el orden y la limpieza. Lo que la enamoró de mi padre fue su figura y su dureza. Ella siempre lo consentía en todo, nunca le dijo que no a nada.







Seguía sobre mi cama pensando. Quería llegar hasta el sótano, pero no sabía como evadir la custodia de mi padre. Sabía que algo escondían en ese cuarto y la ansiedad me consumía, me estaba muriendo, no podía seguir sufriendo. Salí del lecho y fui hasta el armario antiguo que estaba al lado de la puerta de la habitación; lo abrí y revolví todo hasta encontrar mi preciosa linterna. El artefacto era de mi abuelo y me la regaló en mi octavo cumpleaños, por eso le tenía tanto afecto. En ese momento me acordé que mi padre guardaba una caja en su habitación llena de herramientas. Decidí visitar la alcoba de mis progenitores para sacar las mismas. Necesitaba algún elemento que me facilitara el trabajo de abrir el maldito candado que censuraba la misteriosa puerta del sótano. Para lograrlo precisaba conocer la clave secreta. Pensé y me di cuenta que mi padre adoraba más a su coche que a su familia, en ese instante recordé la patente del auto. Efectivamente el número de la caja fuerte era el mismo que el de la chapa del móvil. Mientras trataba de vulnerar la resistencia de la caja, escuchaba retumbar algunos pasos que provenían del exterior del cuarto, pero como no sentí olor a cigarro continué con mi trabajo. Me tranquilizaba saber que el viejo no andaba cerca. Cuando por fin logré abrir la urna, mis pupilas se salieron de lugar, mi cabeza se inclinó para mirar el techo, como buscando ayuda de Dios. Dentro de la blindada descansaban dos armas. Eran calibre treinta y ocho y podían matar a cualquier persona en menos de un minuto. Sus balas no perdonarían a nadie; esas pistolas poseían una gran precisión, no fallaban nunca. Mi papá nos contaba historias de guerra y de armas cuando éramos chicos por eso yo poseía tanta información. En seguida me precipité y tomé una de ellas. Temía que en el sótano me atacaran sorpresivamente, así que decidí llevar el fierro para mayor seguridad. En la mano derecha tenía la linterna y en la otra el revólver. Comencé a transitar el camino hacia la puerta del subsuelo muy cuidadosamente, casi en puntas de pie. Pasé por la galería tenebrosa, había olor a muerte en aquel lugar. Después de superar el momento más horrible de la casa, logré llegar a la puerta del sótano. La misma estaba hecha de una madera antigua, construida por unos obreros suecos hacía muchos años atrás, según la historia que nos había contado mi abuela. Definitivamente el candado parecía resistir cualquier arrebato. Como la entrada del misterioso recinto quedaba muy alejada de la zona más transitada de la casa, opté por aplicarle un certero balazo a la cerradura. Finalmente cedió ante el disparo, la puerta se abrió lentamente, emanaba un polvo imposible de respirar. Me apresuré a entrar, el cuarto estaba todo oscuro y no se veía nada. Sentí unos ruidos molestos y supuse que habían sido causados por un curioso roedor. Al intentar encender la linterna, me percaté de que no tenía batería, ya era tarde para volver atrás. Avancé unos pasos con las manos delante de mí para no chocar con ningún objeto que me provocara algún daño. No lograba encontrar la perilla para encender la luz. Soy muy temeroso. En ese momento sentí que algo se me apoyaba sobre el hombro; sin pensarlo e inesperadamente apreté el gatillo tres veces. Recién ahí logré encontrar el botón de la luz. Formaban la estrella más hermosa que había visto en mi vida. Mi padre, mi madre y mi hermano yacían en el suelo. En cuestión de minutos arribó un coche con la sirena encendida. Ellos fueron los que me trajeron a esta nueva casa, con una cama y un espejo, pintada toda de blanco y con poca ropa para elegir.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Padre del piojo, abuelo de la nada


No nos hemos visto nunca aun pero te conozco desde hace ya varios años. Bufón, poeta desertor, ogro, feliz, triste, risas, llanto, vasos y besos. Tú también cuenta un cuento amigo mío que tampoco el sol quema; de tu puño y letra lo mejor hasta el momento. Hoy compré mariposas de madera para regalar en el preciso instante en que tu recuerdo venía a mi mente, hoy me desvelé con ternura, hoy me sacaste una sonrisa porque observé que además de ser cosas mías son cosas tuyas y de todos. Tus musas se abrieron de gambas con tus himnos, con tus pasos de baile alocado aprendieron a caminar algunos tantos. Padre soltero, ave veloz, joven exquisito, viejo sin rencor, payador en la vida, trovador sin fronteras, payaso sin culpa. Por instantes, perro rabioso, aquí tu libertad. Brindo contigo Mike! Siempre seremos manantiales. Ver los barcos en homenajes sutiles, en palabras rotas, en oraciones largas, en poemas de amor, en tu voz dulce, bella, infantil, jugosos, armoniosos. (Tú eres color en mis sueños, por ti real es la vida). Días soleados pero amargos por tu ausencia precoz, me gusta verte en las estrellas, recordarte al oírte, en noches largas de locura extraordinaria, de redacción extensa, de circos deslumbrantes, tu función crece cada tarde, tu luz nunca se apaga. Aunque no lo creas sigo esperando que una vaca me mire de frente, y mi presente quiere florecer de a dos, tu historia también se escribió con una guitarra, es verde y amarilla, como la de Diana. Hoy nos haces falta paladín de la libertad, enfermedad divina sin cura, por eso escúchame niño, todo lo que ata es asesino, grita hasta estallar, americana! Amigo del alma, influencia en mi andar, en mi pluma y en mi pensar. Por ti existo, por ti leo, escucho, escribo, lloro y río. Ficticios cantos armados, cárceles prudentes, cadenas rotas, lucha, dicha y amor. Drogas duras y un baile contagioso. Levemente o triste brillaste, has levantado a más de un hermano con tu psicodelia furiosa, vehemencia sin prudencia, inconquistable trabajador de flautas dulces y guerreros celestiales. Ciervo en el ocaso, malabarín infantil, algún día nos veremos. Alguna vez alguien me contó de vos mientras dormía.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Conversaciones acerca de los cronopios




Durante mucho tiempo nos mantuvimos en contacto. Yo estaba radicado en Capital Federal en ese momento, estudiaba letras y algunas cosas de derecho. Me pasaba horas leyendo y escribiendo. Solía vestir mi cuarto con diferentes libros, revistas de literatura y otros chiches. Había observado una vez un fascículo en donde el autor del mismo nombraba varias veces, y con severidad, una palabra que me llamó la atención: cronopios. No intento recordar (eso se lo dejo a Funes) perfectamente todos los hechos que acontecieron esa noche, en cambio me someteré a relatar lo extraño acontecido aquella vez. Me encontraba vagando de bares en bares aquella noche, sin rumbo, un poco perdido me detuve en uno que me llamó la atención en Corrientes y Callao. El bar estaba ubicado frente a una librería de gran dimensión, cosa física que despertó mi cuidado; por lo que, antes de sentarme en una mesa a beber un poco más de ginebra, decidí cruzar para ver algunos libros. Recorrí las secciones de pe a pa, hasta llegar a la de cuentos fantásticos. Allí me detuve ante un libro que me alteró por una palabra en su título: cronopio. Esa palabra que antes me había sonado en la cabeza pero no recordaba de dónde. El libro se llamaba Historias de cronopios y de famas, su autor, Julio Cortázar. Lo compré en cuestión de un instante y me crucé al barcito. Pedí mi botellita de ginebra. Le eché una miradita al libro, en perfecto estado. La edición era del año 1962, creo que la primera tenía en mi poder. Me llamó la atención que no tuviera ningún prólogo. Yo conocía algún que otro cuento de Cortázar pero corría el año 63 y no poseía mayor información del autor. Me senté y comencé a beber con sorbos más largos y cada vez más rápidos. Me fui directamente al relato que daba nombre al libro. El mismo (el libro) estaba dividido en cuatro capítulos, cada capítulo contenía varios relatos. Pero me fui al último. Aquel relato era corto pero punzante. Aparecían palabras que nunca en mi vida había escuchado, palabras inentendibles pero reales. Cuando levanté la cabeza con asombro, lo tenía al autor sentado frente a mí. Lo reconocí porque en la portada del libro estaba su foto. Lo miré y lo felicité. Me agradeció y me extendió su mano. Le pregunté. ¿Qué son los cronopios? Así de frente. Los cronopios somos nosotros, el pueblo. Así nomás desapareció. Allí lo empecé a querer. Lo comencé a comprender hasta la idolatría. Me levanté, supe que corría el año 2004 y me tenía que apurar para ir a la facultad. Desayuné, agarré la mochila y me fui, no sin antes recoger de mi cama el libro de Julio que estuve leyendo la noche anterior.

Adolescente sin edad



-->

Hoy me desperté recordando algo más que tu expresión, voces veloces calmaron mi ansiedad, dejando que otra bocanada surgiera para poder escucharte otra vez. Quizás el alma no encontró razones simples para explicar porqué te fuiste tan tempranamente, porque sin saberlo, dejaste una marca tan grande dentro de mi pecho que hoy me duele mucho más que una puñalada. Tantas cosas quedan sin mecer, tantas otras quedan sin editar pero lo lindo es haberte conocido, tu música inspirando a tantos poetas y tu voz dulce hizo estremecer a tantos otros. Tu lucha sincera me hizo valorarte aun más, me hizo ver la realidad de otra forma, supe que los prejuicios de los maliciados no sirven cuando te criticaban, cuando te decían frívolo, gracias por enseñarme a creer que no existe maldad sino que la estupidez es lo que lastima, que el arte vive y no muere nunca.


Tu estética nos hizo mover, bailar, esas imágenes paganas que el silencio provoca nos revolucionó al máximo. Aunque las cosas se alejen de nosotros, supimos entender que debemos seguir soñando, nos contagiaste con el jugo del placer al escucharte, vimos que la luna podía ser de miel y empezamos a pensarla más dulce, nos has recordado que los impulsos son aleatorios y nos diste a conocer que a la vida le tenemos que hacer el amor.


Hemos decidido abandonar el frac, escuchar algo más que el viento para que la dicha sea feliz, pusimos el cerebro en acción para sentirnos bien, llenamos de mágicos polvos nuestras relaciones y nos movimos dentro de una superficie llena de placer. La vida es alegría. Ya no sabemos si es hoy, ayer o mañana. Sabíamos que tus fuerzas se iban apagando de a poco pero también supimos que seguiste cantando hasta no poder.


Cada día que te escucho recrudece esa pasión intacta que me hace creer que soy un voyeur que espía sin discreción y se ahoga en un banquete precioso y sugerente. Sin vos somos transeúntes que hemos perdido la identidad, todo se vuelve circular como el destino. (Su computer no daba).


Ahora estamos viciados de tu música y necesitamos una pronta entrega de lo que sea para no morirnos en algún lugar solitario. Siempre supimos que el rock era nuestra manera de ser y que podíamos superar esta densa realidad bailando hasta cansarnos. Ahora hago más y quiero más, descartando amores me pongo a pensar en gitanos al costado de la ruta, largo la piña en otra dirección sin completar los juegos, doy señales todo el tiempo, trato de descifrar al corazón de Quevedo, leo a Borges y beso a Carolina. No sé si voy a tomar lo que encuentre, ahora veo que las pesadillas se alejan vibrando en el diapasón; a veces me veo como el loco que se copó con el barroco y se rayó sin quererlo.


Hubo un tiempo en no fumé para ser más moderno pero el camelo volvió a conquistarme como la loca que localicé y me hizo dudar entre el amor o el acuerdo. Hoy estás más vivo que nunca, no sé si estás en Manila o en otro lado pero quiero decirte que los amores perpetuos que mencionaste siguen intactos como el primer día, me sigo balanceando hasta acabar y despierto en las orillas de un río musical. Sigo yendo a mil aunque las navidades sean tristes, y no escucho a las bandas chantas ni a los cantantes farsantes.


Gracias, algunas vez nos programaremos, soñaremos como drácula y beberemos un caliente café. Hasta cualquier momento.