martes, 15 de noviembre de 2011

Se rie de las pastillas


Basado en una canción de Palo Pandolfo.


Romina soltaba la carcajada a más no poder. Le gustaba agarrarse las entrañas y retorcerse en su risa. Su habitación jugaba de testigo indiferente. Odiaba mucho. Rabiosa como pocas pero igual se reía. Y no había con que darle porque curtida estaba por todo el barrio pero ella no arriesgaba el mazo y se iba en medio de las contiendas, sabiendo que los lobos quedarían con hambre. Su sangre le corría por los brazos y dejaba que la lamieran por todo el cuerpo, las hojas de viejos escritos yanquis corrían desesperados buscando refugio en los recovecos de la antigua morada en Belgrano. Y de fondo se escuchaban los Visitantes, y ella sola bailaba, y se enroscaba en su comedia mientras actuaba frente al espejo.

Tomaba anfetas para mejorar su estadía o solo para que la merca no esté solitaria, eso estaba dentro suyo, porque todavía no había nacido el orgasmo que la haga sentir mejor que un tiro de jueves a la madrugada, porque todavía tampoco había crecido una flor más fuerte que la que ella cosechaba, porque nadie aún la había tocado como ella hubiese querido. Y levitaba y se ponía su auricular rencoroso que le susurraba melodías desprolijas de Luca, y se divorciaba de la sociedad, como se divorciaron sus padres cuando ella era chica, y eso no lo entendió jamás, porque su padre se fue con otra mujer que no era su mamá, y su mamá se tomo dos frascos de pastas y la quedó ahí nomás, en el baño de su casa se mató, y Romina nunca supo despejar esos rulos de la cabeza, y no quería que nadie se lo explique, porque no había nadie.
Ya en su tumba se vio más tarde, con su remera de Janis, en un cajón con flores adornado, con humo entre los presentes, con una guitarra tras la imagen del sepulturero, y allá recibida por Cancerbero, enloqueciendo al mismo Satán, dejando que la pinche por un rato hasta que su sangre dejara la marca del deseo de los demás por su cuerpo, por sus adicciones, por sus aires de actriz, por sus pósters de Marilyn, por sus botellas de vino a la mitad, por su cuerpo, por su infinita triste sonrisa.

lunes, 12 de septiembre de 2011

A ti, Julio





Una plebeya se acerca y pregunta:

¿Alguien más desea tomar el timón?

Nadie contesta, todos miran. El póker en la mesa yace sin sentido, otro puro ingenioso se mete en mi camisa, luego la plebeya sonríe y me acerca un trago. Ya no deseo tanto conservarme en pie, quisiera hundir mis ojos en la almohada, quisiera entrar en aquel cuarto junto a mi desdicha.

El alto conserje se mueve de un costado al otro sin dejar rastro de su ceguera, la propina no le alcanza, su respiración es inconstante pero su labio no cesa al cansancio. Hay un hipo recurrente que no me deja escuchar al trompetista, hay otro suspiro que me llega desde París, hay otro payaso que se ríe en su tristeza, se moja sus pies con las lágrimas ajenas, mueve su peluca y le hace burla al conserje. La plebeya me mira suspicaz, yo la lloro y le hablo un no se qué, le cuento la mesura, le suspiro al oído, le suplico que me olvide. No me habla, me mira y me hace un ademán. Allá, por lo bajo, el conserje pierde una apuesta con el payaso.

En al aire ya no hay esperanza, ni famas, ni cronopios, cronopios, cronopios.

La autopista va desviando la atención de los presentes. Se juntan el toro, la Maga, los premios, la bestia y Verne. Todos ellos mirando a la plebeya, yo junto monedas para el whisky, de arriba un Dios me guiña el ojo, mientras Lucifer junta los dados.

Es de noche y hace frío en la oscura Buenos Aires. Algún taxi sentirá el aroma de un perdedor, algún hotel dejará que yo descanse intranquilo, algún libro me verá caer rendido. El cotejo no se hace esperar, otra vida tirada al suelo. Sobre el cemento estoy, allí me encuentro.

martes, 16 de agosto de 2011

Nueve de abril



La luna de las noches no es la luna que vio el primer Adán.
Borges
Y así entraba en cada lugar, con el viento a cuestas y el cabello encabronado saltando de furia por encima de su frente. La cicatriz que le rozaba el pecho por debajo de su cuello la hacía ver aún más inocente, más preciosa que de costumbre. Los viejos tiempos ya no volverían a entrometerse en su mente, había forjado un encuentro con su última pesadilla, obligó en sueños a los malditos que no la molestarán más, trató de refugiarse en sus bufandas más abrigadas, en sus noches de insomnio de largos capuchinos, de verticales Walker, de bocanadas profundas, de rayos de sol en la cara por la mañana, de camisetas transpiradas.
Aquel día en donde la noche no terminaba de caer y la luna cedía con un poco de luz todavía, Lisa salió de su casa a patear un poco el aburrimiento. El viejo San Telmo tenía cobijas de sobra en todas sus cuadras. Las esquinas miraban como ella pasaba indiferente, no le agradaba la arquitectura sino más bien el olor del barrio. Ella decía que no había olor más rico que el de aquel añejo arrabal. Y así tan loca, tan desafiante, empujando con su nariz los huracanes más violentos, hundiendo en el plato toda su risa para atomizar los dolores de cabeza, y otra vez al futón. De espaldas a la tristeza, abrazando el calor de las antiguas estufas, adorando cada línea de Twain, lagrimeando afiches de Allen, derribando puertas con su enojo, dejando amores hundidos en el subsuelo de los bares. Por ahora, bien cumplidos tenía los veinticinco. Los llevaba consigo a todos lados.A mí en cambio todo me parece oscuro, la memoria me empieza a fallar, qué daría yo por recordar aquellos momentos. Si se me apareciese otra vez la imagen del flamenco herido, si la ciénaga me permitiera acomodarle el brillo opaco, si la ceguera me dejara ver a través del mar de los celos, si mi cuerpo se volviese transparente, si mis ansias pasaran solo una noche más por Lavalle, si el viejo San Telmo me sonriera otra vez como cuando pasaba en las noches de caminata, si pudiese tocar aquella cicatriz otra vez, que ahora ya no la recuerdo, pero la imagino, quisiera poder levantarme de esta tumba, de la tierra que me quita el aire, del nicho que me cobija hoy, todo eso yo más quisiera.

lunes, 21 de febrero de 2011

Serás cortado en pedacitos.


Ismael no sabía como decirle en ese momento a su padre que se iría lejos. Después de la muerte de su hermana la casa se había puesto desolada. Ya entrada en la soledad, Jazmín se quitó la vida en el baño de su habitación, abriéndose las venas con un largo camino cortante. Ismael lo sintió como un puñal en el pecho, su padre lamentó más la posterior muerte de su madre que no soportó el desasosiego de perder a su bella niña. La rapidez de las situaciones no dejó que los sentimientos se atrincheraran. En aquella época, de letargos momentos y cigarrillos mojados, las siluetas de las lágrimas esgrimían un encanto superior al del abrazo, allí las personas se refugiaban en un helecho de rosas e intentaban cobijar el dolor de las brumas cerca de su casa, las soledades más continuas eran aquellas de los solteros y solteras que no podían sentir el yermo, cuando les daba la eterna alegría de apreciarse con alguien allí, de repente se escaparían como sal en el agua de río. No en vano, la sangre de Jazmín corrió en la bañera, su nomenclatura no dejaría que lleve el peso de la derrota, no así, siendo aún la más pequeña, el llanto no pudo ser suficiente, entonces su alma quiso más, se la entregaría a los ángeles para que se apiaden de ella, allí donde ya no es posible regresar a la Tierra, allí donde ya no se sufre, donde la sangre se convierte en vino y el dolor es solo una palabra. La noche en que Jazmín se mató había escrito varias cosas, algunas bellas otras no tanto, porque andaba muy triste y encabronada con la situación. Meditó durante varias horas su decisión, aumentando así su calibre emocional. Juró, antes de partir, que su secreto sería llevado a la tumba, y así lo hizo.