lunes, 12 de septiembre de 2011

A ti, Julio





Una plebeya se acerca y pregunta:

¿Alguien más desea tomar el timón?

Nadie contesta, todos miran. El póker en la mesa yace sin sentido, otro puro ingenioso se mete en mi camisa, luego la plebeya sonríe y me acerca un trago. Ya no deseo tanto conservarme en pie, quisiera hundir mis ojos en la almohada, quisiera entrar en aquel cuarto junto a mi desdicha.

El alto conserje se mueve de un costado al otro sin dejar rastro de su ceguera, la propina no le alcanza, su respiración es inconstante pero su labio no cesa al cansancio. Hay un hipo recurrente que no me deja escuchar al trompetista, hay otro suspiro que me llega desde París, hay otro payaso que se ríe en su tristeza, se moja sus pies con las lágrimas ajenas, mueve su peluca y le hace burla al conserje. La plebeya me mira suspicaz, yo la lloro y le hablo un no se qué, le cuento la mesura, le suspiro al oído, le suplico que me olvide. No me habla, me mira y me hace un ademán. Allá, por lo bajo, el conserje pierde una apuesta con el payaso.

En al aire ya no hay esperanza, ni famas, ni cronopios, cronopios, cronopios.

La autopista va desviando la atención de los presentes. Se juntan el toro, la Maga, los premios, la bestia y Verne. Todos ellos mirando a la plebeya, yo junto monedas para el whisky, de arriba un Dios me guiña el ojo, mientras Lucifer junta los dados.

Es de noche y hace frío en la oscura Buenos Aires. Algún taxi sentirá el aroma de un perdedor, algún hotel dejará que yo descanse intranquilo, algún libro me verá caer rendido. El cotejo no se hace esperar, otra vida tirada al suelo. Sobre el cemento estoy, allí me encuentro.

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