martes, 30 de marzo de 2010

Cascabeles



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Yo no me creo las mentiras de los cuentos. He dedicado toda mi adolescencia a escribir cuentos. He dedicado toda mi vida a mentir. A mentirme. Ahora tomo más y más. Fumo mucho, cualquier relleno es bueno para mi papel, cualquier vaga me desvela más que otra cosa, yacen mis memorias dentro de los cajones pero aún temo un poco a la muerte. Esa que cada vez que asoma tiene un olor raro, como de infierno, como de bar dormido. Esas travesuras que de chico me hacían quedar bien con los pibes de barrio hoy ya no son nada. Nada. No me gusta el látex. No lo uso. Meditar en una burbuja ha sido mi tarea desde hace unos días.


Que carajo te importa lo que me pasa?


De verás que me importa.


No te voy a decir, no molestes soplona.


Escucho en la radio decir tantas pavadas acerca de la realidad, en la tele y hasta en mi laburo. Fuck you. Qué les sucede canallas. No comprenden de qué lado está Abadón. Acaso se hacen los tontos o son hijos de puta. Y no me estoy refiriendo al paso del tiempo sino, más bien, a la vida misma. Al amor, a coger, a querer. No soporto estar más con esta gente de mierda. Que somos drogones, que no se cuantas cosas más. Entonces me pierdo otra vez en mi nube. Aquella de humos de arrabales, de poetas urgentes, de mis veintitantos años, de mi amada urgente. Y suelto la pluma en el aire y en la pared se escribe PIEDAD. Un descanso, un dulce al corazón, al alma, a mis gustos y a los tuyos. Si vuelvo la cabeza hacia atrás veo las botellas vacías, veo los cuadros de Spinetta, veo los frascos de pastelas consumidos en una mezcla, veo todo cegado, todo sin modelar, todo un desbole. Cuando supe que todo era esperar decidí pisar fuerte el acelerador de mi vientre, apretujarme en el sofá blanco y murmurar algunas canciones. Sé bucear en silencio, eso no me preocupa demasiado. Pero me enfermo de celos, me da bronca tu honestidad brutal y tus chiquilinadas de pasajera. Me sirvo otro farol de algún escoses rudo. Etiqueta negra, más bien. Shhhh. Escucho voces. Me dicen algo. No sé que puede ser. Una especie de código.


Te compré algo. Es una sorpresa.


La distancia es de cinco años apenas. Me voy al bar. Me quedo parlando acerca del progreso. Deberíamos encarar las cosas de tal modo. Suelto una tos ronca, de esas de tardes de café, medio whisky y puchos a la ligera. Eso estaría lindo. Irme a cualquier lugar. Una vez pasé por el infinito pero me aburrí, además vos no estabas, basura.


El efecto doopler me deja sostenido por un rato. Levito más que de costumbre. Me rasgo la vestidura por una sequita de porro. De flor cosechada por manos alegres.


Bukowski ayudame un poquito. Con esa cara de pillo. Las chilinas que te habrás volteado, a mí me habían contado que alguna vez supiste amar.


A partir de ahora la ceguera es amarilla, como la de Jorge Luis. Recobro el sentido por un rato, solo por un rato. Salgo a la calle a patear bolsas, traspaso plazas por doquier, la vieja de la esquina me ofrece algo. Creo que rasgó una puteada al azar que cayó directamente sobre mí. Anda a cagar vieja de mierda. No me sale otra cosa ahora.


Tomo valentía y me cruzo a la playa. Está vacía. Solo el mar, el cielo y yo. Pensé en la poeta pero no me animé. Tomé unos caracoles del piso y me los puse en mi bolsillo. En el izquierdo, porque allí se depositan las cosas que uno más le gustan, los anhelos van del lado zurdo. Son las cuatro de la mañana. Saqué mi petaca de años y me enrosqué en un trago. Sople un poco del pico porque tenía arena. Me acordé de que vos hubieses venido conmigo si yo no fuese tan romántico. Me levantó de la arena seca y comienzo a caminar. Camino mucho. A lo lejos suenan cascabeles. Sos vos. Voy para allá.


De repente, me desperté. Levanté la cabeza, miré la pared. Sobre mi almohada estabas vos. Abriste los ojos y me miraste. Te reíste. Tu carcajada me sonó como siempre, a cascabeles.

lunes, 8 de marzo de 2010

La melosía de un fastidioso




Otra noche que me vuelve a fastidiar. La puta cabeza no me deja de girar, mientras miro una foto de Lucía en silencio. Todavía huele a sexo de viernes en el ambiente, mis discos enrolados en cualquier forma me desespera, no recuerdo lo que hice ayer a la noche. Parece que estuve durmiendo un tiempo largo, toda la pilcha está en el suelo, el teléfono descolgado, la heladera abierta. Ayer me fumé un millón de puchos, hoy ya me esperan miles de bocanadas más. Puta, si de verás que te extraño un montón. Pido que se me agranden los cojones para decirte todo en la cara. Que me revientan una bocha de cosas que hacés y que no hacés. ¿Dónde carajos dejé la guitarra? A lo lejos suena algo, es un tema de Calamaro del año 85, cuando hacía buenos discos realmente, todavía estaba muy abuelístico. Me sangran las manos, el baño está todo mojado. Estoy solo en mi casa. Basta ver mi cara de dormido para saber en la situación en la que me encuentro. Salgo, sofocado por el aire, de mi departamento buscando no se qué. Al llegar a la esquina me encuentro con Héctor. Héctor es un loco que vive en el hospital y se escapa de a ratos a tomar un poco de sol a la plaza de la esquina. A veces, cuando ando suelto de tiempo me quedo charlando con él. Al loco se le da por vestirse con un camisón a colores de mujer. Abajo del sobaco tiene los pelos más grandes que he visto en mi vida. La verdad es que no es muy agradable a la vista pero es muy gracioso cuando habla y cuenta historias. Algunas perecen ser ciertas, otras no. Pero yo le sigo la corriente. Héctor me cuenta de todas las minas que se volteó en su juventud; que ahora se viste así para rendirle culto a la concha, como para estar más cerca. -Hace años que no la pongo ni en un tarro de mayonesa, pero de pibe me cogía a todas. Mirá que cuando te digo a todas es a todas. Yo lo miraba y me le cagaba de risa, pero no de él sino de las paparruchadas que me contaba. Además, se le caía la baba, literalmente amigos. Esa tarde estábamos sentados en un banco de la plaza charlando. -Mirá aquella minardi, como mueve el culo la guacha. Yo te digo que todavía se me para bien eh. Nunca tomé ni un viagrita. Lo que pasa es que se me para al pedo, me mato a pajones porque minas ni por putas. Hay una enfermera que tiene los pechos más grandes que los de la “Coca” Sarli, yo me hago el descompuesto y me viene a atender. Sabés como se me escapan los ratones de la jaula. Héctor se vive riendo. El sonido que hace es parecido al del motor de un Citroen de los viejos. Parece ser feliz en su mundo. Con sus historias, sus delirios, sus falsas descomposturas, con todo aquello que vive en el día. Después de una hora decido seguir caminando. Me despido del loco y me voy sin rumbo. Ya es de tardecita, casi de noche, las estrellas y la luna quieren asomar el bocho por encima del cielo. Creo que desde allá arriba me miran las personas que uno ha querido y que ahora ya no están. Me detengo un rato frente a un negocio donde venden calzones. Pienso que necesito algunos más pero ando medio corto de guita. Prefiero gastar el cobre en algunos libros que he querido leer desde hace un tiempo. Sigo, voy a la librería. Allá me encuentro con Andrés. Labura allí, en el Bondi de libros. Además de vender libros, él es un gran poeta y cuentista. Siempre que voy a ver libros me da una buena recomendación a seguir, nos quedamos hablando largo rato de literatura, de música, de algún bardo cercano. Siempre que llego a la librería me olvido del libro que tenía en la mente, lo mismo cada vez. Ya parezco un pelotudo. Oficialmente me recibí de pelotudo hace un tiempo cuando en el mismo día compré unos discos y unos libros que ya tenía. Al reverendo pedo pero igual los deje como colección. Si hubiera una religión de pelotudos yo sería el Sumo Pontífice. Después de parlar con Andrés un buen rato, me volví para mi casa. Otra vez me olvidé del libro y me fui con las manos vacías. Compré unos puchos en el kiosco y me senté en el cordón de la vereda a meditar un toque. Creyendo que los reventados no tienen opción, pensé que ya no tenía más ganas de conquistar a la mujer que amo. Fue una reflexión de un segundo hasta que sonó mi celular y escuché su voz. Tan dulce, tan linda, tan gorda. -Hoy como en tu casa y dormimos juntos, ¿querés? - Obvio Si que quiero, si te amo tanto, si te deseo, como no voy a querer, escapate conmigo, yo soy el mejor. Eso se lo podría haber dicho pero no. Soy un recontra cagón hijo de puta. Así llegué a mi departamento, acompañado por un fuerte ataque de asma que se me fue cuando me di una dosis de Salbutral. Mi querido remedio, que haría sin vos. Hoy tenía un asado con los amigos pero cancelé. Decidí jugarle un póker al amor y compartir una cena linda con mi ninfa, con mi musa más reclamada. Y ahora llegamos al final. Comimos rico y nos besamos mucho. Espero complacer los deseos más profundos que nos unen cada vez más. Mañana seguro que me lo cruzo a Héctor. Probablemente, una sonrisa me arranca. -