lunes, 21 de febrero de 2011

Serás cortado en pedacitos.


Ismael no sabía como decirle en ese momento a su padre que se iría lejos. Después de la muerte de su hermana la casa se había puesto desolada. Ya entrada en la soledad, Jazmín se quitó la vida en el baño de su habitación, abriéndose las venas con un largo camino cortante. Ismael lo sintió como un puñal en el pecho, su padre lamentó más la posterior muerte de su madre que no soportó el desasosiego de perder a su bella niña. La rapidez de las situaciones no dejó que los sentimientos se atrincheraran. En aquella época, de letargos momentos y cigarrillos mojados, las siluetas de las lágrimas esgrimían un encanto superior al del abrazo, allí las personas se refugiaban en un helecho de rosas e intentaban cobijar el dolor de las brumas cerca de su casa, las soledades más continuas eran aquellas de los solteros y solteras que no podían sentir el yermo, cuando les daba la eterna alegría de apreciarse con alguien allí, de repente se escaparían como sal en el agua de río. No en vano, la sangre de Jazmín corrió en la bañera, su nomenclatura no dejaría que lleve el peso de la derrota, no así, siendo aún la más pequeña, el llanto no pudo ser suficiente, entonces su alma quiso más, se la entregaría a los ángeles para que se apiaden de ella, allí donde ya no es posible regresar a la Tierra, allí donde ya no se sufre, donde la sangre se convierte en vino y el dolor es solo una palabra. La noche en que Jazmín se mató había escrito varias cosas, algunas bellas otras no tanto, porque andaba muy triste y encabronada con la situación. Meditó durante varias horas su decisión, aumentando así su calibre emocional. Juró, antes de partir, que su secreto sería llevado a la tumba, y así lo hizo.

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