domingo, 14 de noviembre de 2010

El mar de Maribel



I


Alojada sobre la arena le resultaba un poco difícil no sentirse un tanto mareada. Trataba de pensar un poco menos, de satisfacerse sola por un momento, de girar su cabeza sobre sí, de parlar de a ratos con la biósfera. Su envoltura era de una gran beldad pero no se confiaba de su ser, no proponía seguridad en sus pasos y se dilataban sus pupilas con eterna facilidad. Desde hace un tiempo se le ha puesto brava la cosa, de caminatas solitarias por las noches, de drogas duras por el día. ¿Quién le dirá no a Zeus? Ella se atrevería, no sabría si en ese momento, pero allí en la arena empezaba a traficar sueños. Esos sueños que la agasajaban con dulzura, a veces convertidos en pesadillas, en enteras alucinaciones de un altar de rosas. Y en el presente se diluía en gotas de mar, en lágrimas que quemaban la playa, en una blanca promesa por dentro de sus narices, en jeringas resolutas de un placer momentáneo. Era una de esas chicas a la que le costaba centrarse en un solo camino, el de amar y dejarse amar. Las flores que ha puesto en su destino no tenían el cantar de la jungla, sus devotos ya no la pronunciaban como la bella que algún día supo ser. Ahora estaba en veremos la continuación de su periplo, de su encanto borracho, de sus agónicas conquistas. Pero quién le quitaba lo bailado, lo trasnochado, las pequeñas delicias de su angosta vida, aquella de boliches secos, de bares muertos, de amigos que ya no están. Y caminar solo por utopía, de saber que nunca logrará su cometido, su destino marcado le fastidiaba al contarlo, al no hacerse cargo de sus naipes, de sus contiendas y sus fracasos. Maribel juntaba sus cosas y las ponía dentro de su bolso, ese que estaba lleno de cosas insignificantes pero traía consigo también algunos libros, algunos cassettes de su juventud. Y así le pintaba la vida, sola siempre junto al mar. Allá por Barcelona. Estando lejos de su adolescencia prefirió hundir sus votos en la Europa alejada. Pero por entonces había llegado el momento en que lo iba a hacer. Tanto tiempo meditando para llegar a su fin. Porque el destino estaba marcado por ella. No por Dios. Ella solía bromear todo el tiempo. Nosotros pensamos que era juego cuando nos dijo que se iba a España.

-Me voy a la mierda, me dijo un día.

-La mierda está por todos lados, le dije.

-Ya lo sé, pero me voy a Europa.

-¿A qué?

-A estar sola. Aquí no me siento bien. No consigo lidiar con todo lo que me rodea. Estoy enamorada de vos pero aterrada de la vida. Quisiera poder ser más clara pero no puedo. Te pido que me entiendas.

-No puedo entenderte. Quiero ir con vos pero mis humos no me dejarían. Además, la odisea no es para mí. No tengo tanta sed de mar. Quedate acá por favor.

-Ya lo decidí, me voy en una semana.

-…..

-Lo sé. Es muy pronto, te pido que me ames en tu recuerdo, muy pronto nos volveremos a juntar, te lo prometo.

Entonces ella se fue. Y ahora allí. Lo volvió a pensar. Uno y mil puchos más. Y por fin lo decidió.

Se sacó la ropa. Era de madrugada. Apagó su último cigarro sobre la arena. Se puso un poco nerviosa, soltó su larga cabellera y respiró profundamente. Allí se adelantó unos pasos, miró al cielo y le hizo un gesto de cariño a la luna triste. El agua ya le tocaba los tobillos, se agachó y se mojó la cara, tuvo sexo con el mar por un minuto, ya estaba humedecida por la natura del aire. Enfrentó la densidad de la tempestad y se abrazó con Poseidón. Ahora dejaba de respirar. Su alma estaba en otro lugar, su cuerpo inmueble. De pasada juntó unos versos de Alfonsina. Su destino ya estaba marcado.

II
La voluntad de quien vive sin ritmo su vida es dependiente de otro. No se mueve por sí mismo sino que la masa cósmica lo va trasladando de un lugar a otro para depositarlo, a veces, en lugares en los que no ha deseado estar. Entonces, ante la aventura de presenciar lo desconocido, el ser va mutando de formas hasta adaptarse a lo necesario, a lo que ya tiene dominado, a lo que le gusta, a lo que lo mantiene con vida dentro de su alma. Todo aquello que comienza con buenaventura tiende a terminar mal, según mi punto de vista. La lucha constante es lo que nos moviliza a seguir. Cuando el mar está calmo sabemos que no corremos peligro, salvo que nos metamos un poco más en lo profundo. Pero qué es lo que nos asusta. Y bueno, en realidad, es no saber que tan profundo es ese mar, si tenemos los pies en el aire no vamos a poder controlar nuestros movimientos, y allí aparece el miedo. La adrenalina del miedo, aunque no lo deseamos terminamos disfrutando de ese malestar. Dicho esto, desde una mirada sumamente optimista y, a no equivocarse, no es de masoquista sino más bien de encarar lo malo con una luz de esperanza. De contraria manera podríamos caer en la trampa de la tristeza, esa que no nos deja progresar, que nos ata de pies y manos para que no podamos caminar, la mala tristeza.



-¿desde cuándo pensás así vos eh?, me increpó Josefina.

-que sé yo, a uno se le van piantando los sentimientos

- vos estás fumando mucho porro

- sí, pero una cosa no quita la otra. Es decir, vos me podés observar de una manera que a mí no me agrade pero yo tengo que respetar tu postura siempre y cuando me fundamentes ese pensamiento.

- te has vuelto muy racional

- no es eso, es que simplemente estoy un poco cansado de las palabras soltadas al aire. Lo que pasa que hablar no sale plata, entonces todos tienen el derecho de opinar sobre cualquier cosa, ojo, eso no está mal, pero te vuelvo a decir que no es bueno que se ensucié a alguien o a algo así porque sí.

- estoy de acuerdo con vos, pero todo el tema de la tristeza positiva… ¿qué mierda es eso? La tristeza es eso y nada más, punto. Estás mal, hecho pedazos y que le ves de bueno a eso.

-lo que pasa es que lo veo como algo necesario. Es un episodio más en la vida de una persona. Forma parte de la experiencia, para que no te agarre desprevenido, de tener las fuerzas para seguir. Creo que es necesaria, como ya te dije. Desde ese punto lo veo positivo, hace un tiempo que decidí encarar las cosas de ese modo.

-ok, ¿traigo otra cerveza?

-sí, después nos podríamos encamar.

-¿trajiste forros?

-no

-entonces jodete porque ni en pedo.

- vos también.

Ahí nomás nos quedamos mutilando un par de discos en la antigua caja musical de mi abuela. Siguiendo el debate por el lado de la muerte.

III
Europa le sentaba bien a Maribel. Caminaba todo el tiempo por el centro de la Barcelona turística en verano, paseaba extrañando el ocio de sus días en el departamento de Balvanera. Ella pensaba que el café era más rico acá en Argentina, cerca del río. En aquellos tiempos había descubierto su pasión por la fotografía y por la literatura. Esa de lectora inalcanzable y de poeta frustrada, su traje olía a perfume caro, siempre en plan hippie moderna, trataba de analizar la mente de las personas contrarrestándolas con la de los animales. Las discusiones salían a cada rato.



- los animales pueden pensar, de hecho lo hacen y muy bien, pero no tienen la capacidad de expresarlo.

- Dejate de joder, los animales se mueven por intuición, tienen ese instinto que les permite sobrevivir dentro de algún hábitat, pero fuera de él se mueren.

- No es así, hay animales que viven en cualquier lugar

- ¿Un oso puede vivir dentro del agua? No, lo mismo pasa con un tiburón en la tierra

- Si, pero el humano tampoco puede vivir en el agua

- Ya lo sé, vos sos la que plantea cosas raras. Igual te fuiste de tema porque hablábamos de que si pueden pensar o no.

- sí, fijate que pasa por la atención que él animal desarrolla. Por ejemplo, si una rata, viviendo con otras, observa que algo que comió otra rata le cayó mal, no va a ir a comer lo mismo. Y eso por qué, pues, muy bien, porque desarrolla un pensamiento, no va a caer en lo mismo. Y es allí en donde somos iguales. La experiencia nos va formando tanto a nosotros como a los animales. Entonces todos los seres vivos debemos pasar por todas las experiencias posibles para no caer en el mismo error, comprendés

- sí, puede ser pero me parece una huevada eso de comparar a los animales con los humanos.

- tenés miedo de que te deje por un perrito

- bueh….



Maribel jugaba a ser una chica a la que no le importaba la relación formal con alguien. Ella aseguraba que su libertad no tenía límites, hacía lo que quería con su mente y su cuerpo, y que así lograría el equilibrio espiritual que ansiaba hace rato. A mí me parecía una estupidez pero no tenía mayores problemas con eso. Las cosas andaban bien, de vez en cuando el hechizo se apagaba y no nos veíamos por unos días. Yo me curtía a otras y ella salía con otros, pero cuando hacíamos el amor era porque estábamos juntos, para los demás era solo un polvo. Las fotografías que ella sacaba de los paisajes que recorría las pegaba todas en su armario grande. Se quedaba por horas observándolas porque ese momento era único para ella, cada vez que miraba una imagen se trasladaba al momento justo en que apretaba el gatillo mágico. Entonces, para ella, era como hacer una especie de catarsis de lugares. No quería estar solamente en un lugar sino que deseaba, de un solo aventón, poder recorrer todos los terrenos a la vez, a través de sus fotos. Esas imágenes que la mantenían viva, que la hacían sentir más fuerte ante tanta injusticia que para ella era la vida. Le costaba tener que respirar siempre, en toda hora. La rutina la había puesto en una situación incómoda. Hubo un tiempo en el que Maribel se quejaba de todo, de los amigos, del gobierno, del supermercado, de las drogas, de los vinilos, de todo.



- pasame a buscar en una hora

Fuimos caminando a Plaza Francia. Llevábamos una linda tela, una especie de alfombra, que la depositábamos sobre el verde del césped de la plaza. Cargábamos de agua y furia un termo para el mate, también alguna que otra flor para convertirla en humo. Ese humo que por un instante te hace olvidar lo amargo que suele ser el aire a veces. De esta forma, hasta la nariz disfruta de ese dulce aroma que nos dan las bocanadas de la naturaleza.



- Empecé a leer un libro sumamente raro. La conjura de los necios se llama.

- Toole

- ¿lo conocés?

- sí, el loco se mató antes de que le publiquen la novela porque pensaba que iba a ser un fracasado y después la mamá lo pudo editar y ganó un montón de premios.

-pobre tipo

- sí

- sabés que no encuentro el disco de Miles Davis en vivo en San Francisco

- lo tengo yo.

- sos un tonto, nunca me dijiste.

- pero me lo diste hace unos días nomás, mañana te lo doy

- más te vale, sino te voy a dar un par de piñas para que aprendas.

- que carácter. Te lo devuelvo mañana no te preocupes.

-¿le pongo azúcar?

- que pregunta estúpida… hace cuánto que nos conocemos, sabés que le pongo azúcar a todo. No me pasa el mate amargo.

- ahora sos vos el que te enojas

- no me gusta contestar pavadas.



Así podíamos pasar horas y horas, ese era el modo en que nos amábamos. Y estaba todo bien. Su atrincherada silueta me volvía, especialmente, un tonto. En realidad, la primera vez que la vi, quise que fuese mía solo para revolcarme en su cama. Más tarde supe que me había enamorado de toda su persona. Creo, más que nada, que me enamoré de su locura, de nuestras conversaciones inconclusas, de nuestros puchos compartidos, de nuestras lecturas nocturnas, de nuestra rebeldía inconsciente de dos jóvenes que no queríamos atarnos a nada.

El eterno vuelo de las golondrinas, cerca del atardecer, me hace pensar en tantas tardes armoniosas en la que uno disfruta la soledad. Aquellas son inalcanzables, como un solo de guitarra de May, como Rayuela, como Maribel. Ya no me urge la memoria para recordar todas las veces que mis brazos la abrazaron cuando ella lloraba. Sin embrago, padecía de una sonrisa inimaginable a estas alturas. Creo que, finalmente, ella no se sintió nunca libre.

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