sábado, 12 de septiembre de 2009

Conversaciones acerca de los cronopios




Durante mucho tiempo nos mantuvimos en contacto. Yo estaba radicado en Capital Federal en ese momento, estudiaba letras y algunas cosas de derecho. Me pasaba horas leyendo y escribiendo. Solía vestir mi cuarto con diferentes libros, revistas de literatura y otros chiches. Había observado una vez un fascículo en donde el autor del mismo nombraba varias veces, y con severidad, una palabra que me llamó la atención: cronopios. No intento recordar (eso se lo dejo a Funes) perfectamente todos los hechos que acontecieron esa noche, en cambio me someteré a relatar lo extraño acontecido aquella vez. Me encontraba vagando de bares en bares aquella noche, sin rumbo, un poco perdido me detuve en uno que me llamó la atención en Corrientes y Callao. El bar estaba ubicado frente a una librería de gran dimensión, cosa física que despertó mi cuidado; por lo que, antes de sentarme en una mesa a beber un poco más de ginebra, decidí cruzar para ver algunos libros. Recorrí las secciones de pe a pa, hasta llegar a la de cuentos fantásticos. Allí me detuve ante un libro que me alteró por una palabra en su título: cronopio. Esa palabra que antes me había sonado en la cabeza pero no recordaba de dónde. El libro se llamaba Historias de cronopios y de famas, su autor, Julio Cortázar. Lo compré en cuestión de un instante y me crucé al barcito. Pedí mi botellita de ginebra. Le eché una miradita al libro, en perfecto estado. La edición era del año 1962, creo que la primera tenía en mi poder. Me llamó la atención que no tuviera ningún prólogo. Yo conocía algún que otro cuento de Cortázar pero corría el año 63 y no poseía mayor información del autor. Me senté y comencé a beber con sorbos más largos y cada vez más rápidos. Me fui directamente al relato que daba nombre al libro. El mismo (el libro) estaba dividido en cuatro capítulos, cada capítulo contenía varios relatos. Pero me fui al último. Aquel relato era corto pero punzante. Aparecían palabras que nunca en mi vida había escuchado, palabras inentendibles pero reales. Cuando levanté la cabeza con asombro, lo tenía al autor sentado frente a mí. Lo reconocí porque en la portada del libro estaba su foto. Lo miré y lo felicité. Me agradeció y me extendió su mano. Le pregunté. ¿Qué son los cronopios? Así de frente. Los cronopios somos nosotros, el pueblo. Así nomás desapareció. Allí lo empecé a querer. Lo comencé a comprender hasta la idolatría. Me levanté, supe que corría el año 2004 y me tenía que apurar para ir a la facultad. Desayuné, agarré la mochila y me fui, no sin antes recoger de mi cama el libro de Julio que estuve leyendo la noche anterior.

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