martes, 1 de junio de 2010

Brinca de una vez, perro.




Hace un tiempo, mientras miraba el juego de viernes por televisión, recibí en mi residencia una carta un tanto misteriosa. La información que ella poseía era lo que a mí me había desvelado desde que los hechos acontecieron. Pasaron cuatro años desde aquella fatídica noche en la que se cometió el primer crimen y dos años desde que se ejecutó el segundo. Ambos se relacionaban y, como se especulaba, fueron cometidos por la misma persona. La prensa, en ese entonces, encontró un título para los dos casos: “El misterio de la rosa dorada”. Decidieron llamarla así ya que en ambos casos los cadáveres se encontraban bajo una rosa amarilla que disimulaba un eterno brillo. Luego de abrir casi toda mi correspondencia, la pude distinguir entre recibos de impuestos y otras facturas de servicios que tediosamente pagaba todos los meses. La esquela que revelaría todos mis temores y que sentenciaría mi destino ahora se encontraba delante de mí. Estaba seguro que en ella estaría mi boleto a la fama, mi reputación subiría en gran escala y mi rango de detective iba a rechinar cual facones en plena lucha de bandoleros. En el pecho del sobre se podía leer una breve oración: .Para Mr.Thompson, mi severa confesión. Arduamente, traté de buscar algún elemento cortante que me permitiera romper con las cadenas de ese sobre maldito y me llevara directamente al contenido de la postal, aquel que me transportaría, probablemente, a la cima del éxito. De todas maneras, no es una historia del todo feliz (al menos para las víctimas). Antes de detallar el contenido del sobre, desearía contarles a ustedes los hechos que desencadenan en esta bendita carta. Robert Pitt fue asesinado el dos de junio del año dos mil tres. Su cuerpo fue hallado a orillas del río M. sus ojos todavía estaban abiertos mirando al cielo. Encima de su cadáver reposaba una rosa amarilla. Su físico no presentaba huellas de ningún tipo, tampoco se registraron marcas en su cuerpo, de modo tal que se descartaba (al principio) un crimen. Lo único extraño fue que en su espalda descansaba una leve picadura, como un lunar apagado, pero muy pequeño, realmente insignificante. Luego de la autopsia, se llegó a la conclusión de que Pitt había sido envenenado y se abrieron las conjeturas hacia un presunto asesinato, aunque también se decía que pudo haberse quitado la vida en un intento de escapar de este mundo sumamente cruel. Poco se sabía en el pueblo acerca del muerto. Se rumoreaba que era hombre de negocios por sus constantes viajes, pero la verdad es que no hacía mucho que residía en Harold. Harold era una pequeña ciudad que se situaba a unos kilómetros de Londres, la gran capital inglesa. Su población rondaba por los veinte mil habitantes. En aquel momento, la policía intentó interrogar a todos los residentes de la localidad. Ninguno parecía estar ligado al crimen. Allí, en Harold, los días suelen ser muy fríos y las noches, tenebrosas. Al ver que su trabajo no ejercía resultado alguno y que las respuestas no aparecían, los federales decidieron recurrir a mis servicios. Después de algunos meses de transcurrido el hecho, me incorporé al caso (en realidad me adueñé del caso al observar que los policías no le daban mucha importancia). Investigando en los archivos de la alcaldía no pude encontrar registro alguno del muerto. Todo aquello debido al tiempo corto que llevaba el señor Pitt en el pueblo y la burocracia allí demora mucho más tiempo que otras cosas. Las autoridades se justificaban aludiendo que no habían tenido el tiempo suficiente para registrarlo de manera tal que se pueda obtener una vasta información. Removí cielo y tierra pero me fue imposible encontrar algún dato más allá del que poseía. No había pista posible que me lleve al asesino. En ese instante, yo me profesaba (debo admitirlo) sumamente confuso. La única conclusión que saqué fue la siguiente: el asesino sabía que Pitt no estaba registrado de forma completa en la ciudad y sería una víctima perfecta. Pero, ahora ¿por qué querrían matarlo? Solo por placer, no lo creo, pensé. Habían pasado dos años desde el asesinato de Pitt, y yo no había llegado a ninguna meta en el caso; cuando otro acontecimiento sacudió al pueblo. En mis narices asesinaban a una mujer en su casa, cerca de las cuatro de la mañana de un jueves veintiocho de junio del dos mil cinco. Otro cuerpo que yacía bajo la rosa amarilla, el caso era similar al de Pitt, salvo que esta vez, la señora poseía la marca insignificante que tenía Pitt en la espalda, sobre su pecho. Murió envenenada también. Otra vez, volvía a repetirse la historia. Aquella víctima tampoco figuraba en los archivos del municipio, por lo que, comencé a sospechar de las autoridades de la ciudad. Más tarde, gracias a unos documentos que encontré en la vivienda de la mujer, pude averiguar su identidad: Mary Jane Jones, treinta años, soltera, de nacionalidad inglesa. Dos casos extraños y muy pocas pistas. Otro punto misterioso es que ningún habitante de la ciudad poseía jardines con ese tipo de flores. Allí, el clima era muy hostil como para la siembra de plantas. Para conseguir aquellas rosas se debía, por lo menos, hacer un viaje de cincuenta kilómetros y adquirirlas en otra metrópoli. Los crímenes no habían sido esclarecidos y yo me sumergí en una terrible depresión, mientras ahogaba mis penas de bar en bar y consumía sexo rentado. Quisiera aclarar un dato importante que hubiese sido fundamental detectar a tiempo (en ese momento la información no me fue suministrada no sé por qué cuestión). Después del crimen de Mary Jane, dí con el dato de que la noche anterior al asesinato, la mujer había radicado la denuncia de que recibía amenazas anónimas. En ellas se anunciaba algo como ahora te toca a ti (según pude detectar después). Lo más relevante del asunto es que las cartas amenazantes solían estar acompañadas de un perfume extraño, poco común si se quiere. Al día siguiente el destino de la mujer ya era parte de su presente. Nunca pude sacarme de la cabeza aquellos casos sin resolver pero en ese minuto la carta estaba sobre mi mesa. Una mezcla de sensaciones corrían fuertemente por mi cuerpo. Alegría porque al fin iba a develar la identidad del asesino y tristeza por no haber podido resolverlos en su momento. Después de meditarlo por unos segundos, decidí abrir el sobre con un certero tijeretazo. La carta poseía un aroma primaveral, estaba acariciada por unas bellas letras que, deduje, por mi excelente percepción caligráfica, pertenecían a una dama. “Estimado Mr. Thompson: Me he enterado, gracias a la extensa cobertura de los diarios, que es usted quien me ha estado buscando durante todos estos años. Espero que comprenda que esto no es nada en contra suya ni de ningún habitante del bello Harold. Este acto es simplemente un hecho para la salvación de mi alma. Mi vida ha sido un calvario desde que he cometido los crímenes, mi conciencia me carcome día tras día, por eso es que hoy deslizo estas líneas sobre el papel virgen. Si usted alguna vez estuvo enamorado de manera alocada sabrá comprender la angustia y el malestar que se siente al verse traicionado, desde aquel día en que…., discúlpeme pero ni siquiera puedo escribir que fue lo que me llevó a tan drástica determinación. Sé que no era la manera de solucionar las cosas dándole muerte a los traidores pero fui trasladada por impulsos y emociones extremadamente violentas. Tomaré coraje y trataré de ser lo más explicita posible en el relato de los hechos. Una noche, cuando regresé del trabajo, encontré a mi marido en mi cama con otra mujer. Los vi allí pero no entré a la habitación. En aquel instante, me fui por unas horas a caminar sola para regresar más tarde, en el horario que debía llegar (aquel día salí más temprano de lo habitual del trabajo). Después de reflexionar mucho, resolví que no le diría nada a él y seguiría con mi vida como si nada hubiese ocurrido. Lo único que me importaba era que mi matrimonio no se rompa. Así transcurrieron varios días. Me desgarraba por dentro cada vez que él llegaba en la madrugada tarde porque se quedaba con ella y yo lo sabía. De cualquier forma, él seguía a mi lado. En unos de esos falsos días de convivencia, mi marido me dijo que se iba de casa; que se marchaba. Que desde siempre supo que yo sabía todo y ya era hora de hacer las valijas e irse con la mujer que él amaba. Sentí que mi corazón explotaba y una hemorragia me contaminaba interiormente. No pude vociferar ninguna palabra cuando se fue. Durante semanas los estuve siguiendo a todos los lugares que ellos frecuentaban. Ellos no podían verme. Yo me había convertido en su sombra. En uno de los tantos paseos, descubrí que él le compraba flores amarillas que le traía de sus viajes a Londres. Él solía viajar una vez al mes por negocios a la Capital y allí conseguía las flores. Nosotros estuvimos viviendo de ciudad en ciudad, hasta que nos radicamos en Liverpool donde vivo actualmente. Ellos se fueron para Harold. Me irrité mucho también porque a mí nunca me regaló flores, ni siquiera para nuestro aniversario. No soporté más la situación de verlos tan felices. Un día, entonces, observé que salió solo de su casa. Lo seguí en mi auto. Lo miré como bajaba del auto a orillas del río M. y esperé una o, tal vez, dos horas. Bajé del coche con una flor amarilla que yo misma había envenenado en su punta. Sin más lo sorprendí por la espalda. Se la clavé allí mismo. Lo único que le dije fue que lo seguía amando como el primer día. Sabía que iba a ser difícil encontrarme, ya que en la ciudad se tardan años en registrar datos de los recientes ciudadanos. Dos años más tarde, culminé mi venganza aniquilando a Mary Jane, de la misma forma que lo maté a él pero mirándola a la cara. Nadie pudo averiguar nada de mí, me he librado de todos, solo faltaba mi alma y mi conciencia. He aquí la liberación de mi alma con esta severa confesión. Esta es la verdad. Vivo en la calle 42. Puerta D. Liverpool City. Estoy en sus manos. Rose Pitt.
Me dirigí hacia la chimenea de mi casa y arrojé la carta al fuego. Levanté la botella de whisky y volqué un poco dentro del vaso con hielo. Encendí mi pipa y decidí, entonces, seguir mirando la televisión. La soledad es mi única compañera desde que mi mujer se fue con otro hombre.

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