miércoles, 14 de noviembre de 2012
Lunes
lunes, 5 de marzo de 2012
Un cuento de invierno
Ayer tuve un sueño. Ahí me preguntaba, mirando el alba, si habría un cielo para cada uno de nosotros. La respuesta era confusa, quizás porque yo me confesaba en un lenguaje un tanto difuso. No tenía el pelo largo en el reflejo del sol, tampoco sabía distinguir los colores, lo noté cuando me vi poniendo una cara extraña, un gesto que nunca antes había conjeturado. Aquel que se movía rápidamente, ese yo superpuesto entre la llanura del día saliente y la noche avergonzada, no era el mismo que de este otro lado figuraba una tristeza infinita. Me hallé desperdigado, intentando arrancarle un desmán a mi alegría desecha, esa que tanto me acompañó y que hoy se encontraba soslayada en escombros de un edificio mal construido. Pero los desamores son así. Un tanto de rabia, otro tanto de dolor. La cosa se pone más fea cuando la culpa es tuya, me dijo mi yo que amanecía frente a mí. No es de nadie, solo tuya. Tu apariencia de clown no te ayudará a escapar de este río de sangre que empapa tus manos, no te librará de la culpa que carcome tu cerebro. Nada de eso ocurrirá, me citó ofendido. Ese yerro que has dejado como marca seguirá hundido en tu pecho y cargarás con esa cruz por siempre, por siempre, por siempre, agitó mi yo remarcando los últimos dos por siempre.
¿Es que así se traslada la vida? ¿Será por eso que la felicidad es un arma caliente? ¿Es que acaso nacemos condenados por el destino? ¿No ves que ya no puedo elegir?
De niño siempre soporté el hecho de que la muerte me haga sentir el suficiente temor como para ser un tanto despistado. De tanto escaparle traté de seguirle el juego por un tiempo. Varias veces la esquivé, varias otras la salté cuando tiraba manotazos para tratar de alcanzarme, pero ya me cansé de correr. El show no debe continuar así, tengo alas amigos míos y puedo volar. Este verde bosque me llama, el azul del lago me pide que lave mi rostro en él, mi yo en la aurora me agita sus brazos para que me acurruque en ellos; estarán Lennon y Hendrix allí, podré resaltar la figura sureña de la bella mujer que me acompañará hasta la pulcra entrada, habrá allí un piano blanco de cola, podré estrangular todas aquellas pesadillas que nublaron mis ojos en los tiempos difíciles.
Ay, como extraño los días en la tierra. Allá me gustaba ser uno más, todo esto aquí abajo me asusta más de lo que pensé, me llaman Belcebú, me guía un seño fruncido, me tuercen los brazos cada vez que bostezo, me abren la garganta cada vez que escupo, tengo espinazos por todo el cuerpo y arde bastante. Es raro ver mi piel rojiza como el atardecer, aquí el día no se aparece, mi cama es una caldera, por este lado hay gente que no parece feliz, las cadenas en mi cuello me ahogan de manera indescriptible, la fugaz aventura que parecía en un principio hoy se vuelve vuelo eterno. Seguiré descalzo por estas praderas de fuego, mis quemaduras yacen insoportables y los gritos en mi cabeza se vuelven llantos de angustia que jamás podré calmar.
lunes, 27 de febrero de 2012
Bela Lugosi
Llueve y la noche se vuelve tenebrosa. Asuntos pendientes van y vienen dentro de mi cabeza, se van guardando y procesando de manera dolorosa dentro del hemisferio izquierdo de mi cerebro. Los últimos días pasados han sido, particularmente, muy espinosos. Hay ciertas dicotomías que la razón no logra descifrar; a saber: - la memoria me resulta complicada, como Luis dijo alguna vez, y me cuesta acordarme de la última vez que le quebré el corazón a una chica. Pues bien, ayer nomás lo hice, sin siquiera darme cuenta
Segundo, muy poco antes supe insistir al amor que llevo conmigo dentro que me dejara librarme de esta opresión y le confesé mi debilidad ante la esquiva mirada de sus ojos claros. Error grave cometí al hacerlo ya que fue en vano tratar de conseguir algún tipo de respuesta, de todas formas creo que ayudé a organizar las fichas de su mente.
Por último, existe la posibilidad de que haya creado un castillo en aquel vientre que hoy me condena con palabras que no conocía hasta que ella me habló directamente sin tratar de escucharme.
Elevado esto al subconsciente, el veredicto del destino hace que yo me encuentre en una situación un tanto incomoda por estos días. Quizás fue por intentar revelarme ante los desechos en los que el mundo (mi mundo) se encuentra. Yo soy mi propia creación, he transformado mi propio ser, he sido mi verdugo y hoy lamento no poder tener los suficientes cojones como para repararlo. Me ha costado mucho dejar caer mis lágrimas, traté de forzarlas creyendo que mi cuerpo se inundaba por dentro, puse gotas en mis ojos pero nada parecía importarles a mis pupilas rencorosas. Ya cansado de insistir, me tiré en mi cama a ver una película vieja de Burton. No es muy recomendable Burton cuando es de noche y llueve mucho porque quizás no te dejen dormir del todo bien pero lo importante fue que, finalmente, pude corromper la esgrima de mis ojos. Ya vencido por las situaciones dejé que mi corazón palpe la emoción que genera ver un largometraje en compañía de mi eterna soledad y fue allí entonces donde mi llanto quebró en expresión de furia y desamor. Fue allí, en la escena de Ed Wood cuando muere Bela Lugosi donde lloré, donde recordé todo lo que me estaba pasando, donde me arrepentí de haberle roto el corazón a aquella chica, donde me entristecí por el amor que nunca iba a tener, donde pensé que quizás aquel castillo sería mío... y no de otro.