lunes, 26 de abril de 2010

Ojos de papel (Chapter Three)



-->

Nadie muere por amor sino que nos morimos porque ese amor nunca llegó, la taza de suicidios es muy grande, el que fallece por ese sentir distante se mata pegándose un tiro en el núcleo del cuerpo, allí la bala penetra por el pecho y termina de destruir el músculo que bombea lentamente, que ya estaba herido porque las secuelas no cerraban, es como una especie de eutanasia a los sentimientos, el que no soporta el dolor de vivir con las heridas en el alma opta por hacer explotar lo que mantiene viva las esferas del romántico. No hay mecanismos de defensa para semejante ataque, aunque suministrando algunas dosis de cariño momentáneo se puede sanar transitoriamente, pero tarde o temprano muere.


- ¿te imaginás casándote conmigo?


- ¿Ahora?


- No, más adelante


- Pensemos en el presente


- Ya sé, pero para jugar un poco


- No tengo ganas de jugar


El otro día me encontré con un antiguo libro en la biblioteca de un amigo. ¿Será cierto que se vuelve insoportable la levedad del ser? Puedes ser que sí. Me gustaría poder analizar las situaciones con más frialdad. Tendré que encontrar cierto equilibrio entre la cabeza y el corazón. Las cosas suceden así.


Apoyando los codos sobre la baranda del puente en el parque viejo, en Mercedes, me veo con vos en la otra punta, cuando vinimos por primera vez, entre mates amargos, como a vos te gustaban, yo dejaba que mis ojos se cerraran para imaginarme que de tu boca salían palabras armoniosas, que me decías cuanto me amabas. Recuerdo que te gustaba mi manera de hablar rápido y sin pausa, y yo era feliz porque te morías de la risa y te delatabas ante mí, recuerdo que la pasabas bien por aquella época, que me hiciste salir en bicicleta después de mucho tiempo. Que volvíamos a mi casa y yo era el que cocinaba, y que vos lavabas mientras yo te miraba y te besaba y vos cerrabas los ojos y me hacías un ademán de felicidad también, hasta ese momento parecía todo muy bien, súper abrigados de amor y todo muy dulce. Y después te cansabas, te cansabas de estar cansada y agotada, de no tener tiempo para pensar y ahí la ligué yo, que venía desde lejos, asomando un poquito cada vez más. Me hacés acordar a la Maga. En ese momento te puse el nombre de Ninfa, que te encantó pero yo me gusté más en ese tiempo porque había llegado a gustarte. Ahora no me acuerdo a qué vine al parque ni por qué. En las primeras noches nos escondíamos del mundo, escuchábamos no sé cuantas veces un tema porque me gustaba la letra y te la dedicaba como si yo fuese el autor del mismo, a la vez que discutíamos si esto era real o no, y cuando te fuiste a Europa te imaginé como la misma Maga, nos mandábamos mensajes ocultos muy lindos y suaves, en tiempos en que era posible soñar un poquito. Nos dimos miles de vueltas en auto para pasar el rato como dos alocados que se reían del afuera y dibujábamos cosas en el aire con los dedos.


Mi cerebro se estremece pensando en cómo salir de este amanecer pesimista, pero no quiero cavilar, es siempre lo mismo, no estoy dispuesto a eso, solo quiero sentir porque así se vive y esto es corto, nunca vamos a disfrutar lo que nos toca. Y ahora el momento, aquí en mi casa, escribiendo o haciendo el amor, da igual, mientras que a mí se me cae el pelo, a ti ni se te mueve, entonces se vuelve todo cada vez más tirano, y eso no lo puedo llevar en andas. Tus amistades se me revuelven en lo más íntimo y sin más me separás de tu lado con tu delicada actitud, no puedo reprocharte nada porque mi voz se apacigua ante tu maldita mirada. Esta historia se tiene que escribir de a dos sino faltaría una parte y le restaría verosimilitud a los hechos.


Casi con asombro vuelvo a leer mis cuentos, es como si las acciones se volvieran a repetir entre uno y otro, y no es por falta de imaginación sino porque no vivo lo suficiente, no acelero las cosas al mango para remover la tierra, todo se vuelve tieso, denso y oscuro. Fallaste otra vez, loco. Las revoluciones se hacen moviéndose, lanzándose hacia lo desconocido, con alguna estrategia en la mano pero sobre todo con una carga de romanticismo en el andar, que los salvajes divaguen por tu mundo, que los locos se cuerden, que juntemos nuestros cuerpos, nuestros aromas explotados al máximo choquen y se confundan dentro de un mar galáctico, que nos bebamos todo el licor del mundo. Haceme lírico ante tu gente y descubrime un poco más.


Malala llama a la puerta, quizás el tiempo me dé la razón. Tomando un té me siento a divulgar un poco más entre mis sueños, no sé si atender a Malala o dejar que se vaya; ella comprendería mi situación pero no estoy para largarme en llanto. Malala se fue y a mí me vienen las ganas de hablar con alguien. Me voy al baño a ceder en reflexión. Mañana me tengo que levantar muy temprano y me aqueja un dolor terrible de cabeza. Creo que nuestra historia terminó hace rato.


Pongo un poco de música en el aire mientras dejo que la ciudad se calme y se acueste bajo la luna de una noche más oscura de lo común. A través de un vidrio empañado por la niebla dejo que mis ojos espíen, un poco por curiosidad y otro poco porque sí, las vidas de las personas que viven frente a mi edificio. Tímidamente emito un soplido para calentar la ventana, dejo la mirada clavada en los ladrillos de la tormentosa casa que está en la esquina, detengo mis ojos allí para poder pensar en otra cosa. Pienso en Lu, no sé si ella sabe lo que siento, por momentos el dolor parece un poco menos intenso pero nunca deja de estar allí, muy dentro de mí, a esta altura mi mente habla: imborrables tardes felices me encuentran ahora, se me vienen tus dichos al oído, tu sonrisa, tus calorías, todos tus. Me apoyo sobre la cama, me armo un cigarro, lo fumo. Sigo frente a la ventana y me veo, cierro los ojos y me observo en un bosque oscuro. Camino lento, volteo la cabeza porque tengo la sensación de que alguien me persigue, puedo escuchar su respiración muy cerca, demasiado cerca. Salgo del boscaje, todo se vuelve un paraíso. A lo lejos puedo identificar la figura de un hombre que le da de comer a unas palomas, cerca hay un banco de plaza y voy a acurrucarme en aquel lugar, más cerca del hombre. De repente se da vuelta y me mira, le hago un ademán con dulzura para que se acerque y se siente junto a mí, en el mismo banco. Nos miramos y nos dimos cuenta que nos conocíamos de algún lugar. Saqué de mi bolsillo un paquete de cigarrillos Gitanes y le convidé. Aceptó gustoso.


-¿cómo se llama?, le pregunté.


-hace rato que olvidé mi nombre.


Debo reconocer que eso fue la primera duda que me generó ese viejo.


-lo invito a tomar un café


-bueno., me dijo

No hay comentarios:

Publicar un comentario